El pasado 10 de septiembre, en el dintel de las fiestas patrias, la Cámara de Diputados rindió un homenaje al recién desaparecido Francisco Toledo. Agradecí a la diputada por Juchitán y a todos los legisladores de Oaxaca el que me hayan permitido tomar la palabra en una audacia fraternal, a nombre del Grupo Parlamentario de Morena.
Dije lo siguiente:
Este 2019, Año Internacional de los Pueblos Indígenas, voló —como uno de sus papalotes— el genio del más destacado artista plástico del país. Coincidencia astral, tal vez. Se extinguió una vida luminosa, expresión sin par del México profundo, carente de afeites y ajeno a toda imitación. Toledo colmó como ninguno la premonición de la Raza Cósmica. Francisco no perecerá en la memoria de los mexicanos ni en la impronta universal del arte. El último y el más puro de los gigantes que habitaron nuestra inmensa tradición plástica: Rivera y Siqueiros, pero sobre todo Orozco y Tamayo, sin olvidar a José Guadalupe Posada.
Nunca trabajó para el lucimiento formal ni para el comercio, aunque todas sus obras hayan sido arrebatadas del mercado. Auténtico como era, más que un arte comprometido fue una vida comprometida en la generosidad sin fronteras, el altruismo y la creación plástica desbordada. Grabador, dibujante inigualable, pintor, escultor y ceramista. Podría considerarse con justicia el Pablo Picasso de América Latina, pero en su caso activista social, promotor de los Derechos Humanos y amigo de los oprimidos. Inolvidable su actitud solidaria con las victimas de Ayotzinapa. Alucinante su amor por el bestiario y su entendimiento de la naturaleza. Fue impulsor de talentos oaxaqueños y mexicanos. Más que formar una escuela, predicó con el ejemplo. Una versión popular del Renacimiento.
Lo conocí en París en 1965, siendo yo Consejero Cultural de México. Huraño y explosivo, exhibía su origen étnico con orgullo y con éxito. El primero de los miembros de su generación que fue acogido en una importante galería como la de Karl Flinker. Durante esos años profundizó su inmensa cultura plástica en la que habitaron Durero, Paul Klee, Chagall y Kandinski. Combinó la lucha social desde la Coalición Obrera, Campesina y Estudiantil del Istmo de Tehuantepec, con la intensa y variada obra artística que sustentó su fama mundial. Albergaba una ilusión escondida: igualarse con Rembrandt en el arte del autorretrato y publicar un volumen con las obras de ambos.
Propongo a esta Cámara realizar un libro que contenga la obra de los más grandes pintores de su tiempo: sueño fantástico como él lo fuera.
Diputado federal