Por CLARA JUSIDMAN

El tema de los cuidados se ha ido incorporando a la conversación pública impulsado por mujeres cuidadoras y de las organizaciones, la academia y la política.

Todos y todas, a lo largo de nuestras vidas, requerimos de cuidados proporcionados por otras personas. En nuestra primera infancia necesitamos que nos den alimentos, protección frente a riesgos y enfermedades, afecto y atención; en la niñez, saberes para la vida. Aún en la vida adulta necesitamos mantener limpia la casa y la ropa, cocinar, recibir afecto. En la vejez, la discapacidad o alguna enfermedad necesitamos apoyo en múltiples campos.

Todas estas actividades, fundamentales para la vida, no son reconocidas, ni valoradas. No son apreciadas como una primera inversión en la construcción de seres humanos. A través de la historia han recaído en las mujeres: esposas, hijas, hermanas, esclavas, trabajadoras del hogar.

Las mujeres han exigido que ese trabajo de cuidados se comparta para que ellas puedan realizarse plenamente como personas: decidir sobre su tiempo, estudiar, trabajar por un pago, divertirse, decidir por ellas mismas si quieren tener y cuidar hijos.

La organización social ha cambiado mucho en los dos últimos siglos, así como las estructuras familiares como construcciones sociales.

En México siguen dominando sin embargo, jornadas de 48 horas a la semana, salario mínimo legal por día de trabajo, jerarquías y estructuras masculinas, preferencia por varones para cierto tipo de trabajos, brecha salarial entre hombres y mujeres.

Lo anterior ha impactado en los tiempos y la calidad de los cuidados tanto en las mujeres que lo proporcionan como en las personas que los reciben. En relación con las mujeres sus jornadas de trabajo aumentaron. Se habla de dobles y triples jornadas. Esta situación fue muy evidente en la pandemia de Covid 19.

Hay cinco agentes que participan en los cuidados: el Estado, el mercado, la comunidad, los hogares y los hombres y mujeres. Se busca una redistribución de las tareas de cuidado entre estos agentes: entre los géneros y entre generaciones; que las comunidades creen espacios colaborativos y que el mercado y el Estado amplíen la disponibilidad de servicios de cuidado, con infraestructura, capacitando personal, ampliando los horarios escolares, conciliando la vida laboral y la vida en familia, reduciendo las jornadas laborales, creando espacios y actividades para niños, niñas y adolescentes mientras esperan el término de la jornada de sus padres.

Lo que las mujeres que promueven el derecho y la creación de un sistema de cuidados es que el Estado asuma la obligación de promoverlo, respetarlo, protegerlo, y garantizarlo, que se reconozca el valor del trabajo de las personas cuidadoras y se les apoye y libere de cargas.

De gran impacto sería la modernización de los servicios de transporte y políticas de vivienda y de unidades habitacionales que se transformen de espacios de violencia a espacios de convivencia.

La necesidad y la obligación que todas y todos tenemos de cuidar a la naturaleza, a los animales, a las personas que amamos debe transformarse en una cultura del cuidado compartida y colaborativa, que redistribuya responsabilidades y eleve la calidad de los cuidados y la protección de las personas frente a la agudización de las violencias.

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