Estos dos conceptos aunque se refieren a ideas semejantes tienen características distintas que es importante deslindar para evitar confusiones; el primero, lo metropolitano, tiene un énfasis urbano referido a las grandes aglomeraciones de población que ocupan un espacio relativamente chico, pero de alta densidad, con hegemonía en un amplio territorio, aunque no siempre exista una continuidad física o conurbación; en estas metrópolis a lo largo de la historia se ha concentrado la población, pero también las decisiones y los actores involucrados en ellas, en el ámbito político, económico y cultural; se trata de las estructuras urbanas más complejas en las que ocurren las interacciones entre la diversidad de actores e intereses que requieren espacios adaptados y redes que permitan la realización de todas las actividades y las relaciones que se dan entre ellas.

La gestión de estas grandes aglomeraciones generalmente implica la acción concurrente de diferentes ámbitos político-administrativos cuyas atribuciones corresponden a jurisdicciones particulares en las que las autoridades ejercen sus funciones con base en la normatividad aprobada. Esto obliga a definir, acotar y acordar lo que corresponde a cada instancia y garantizar que lo realicen tomando en cuenta las implicaciones en los espacios y decisiones que corresponden a otros y además hacerlo incorporando en el proceso la participación de la sociedad que a su vez es heterogénea y confrontada.

Un ejemplo, entre muchos otros, que permite entender el funcionamiento metropolitano puede ser la prestación del servicio público de agua, en el que intervienen diversas instancias, desde Conagua en el ámbito federal, hasta las juntas de agua potable y alcantarillado de cada municipio involucrado, pasando por las instancias estatales que también tienen atribuciones en la materia; pero el tema no se limita a lo sectorial, la definición de los volúmenes que deben ser distribuidos depende de la localización y calidad de las fuentes de abasto disponibles, de los usos del suelo establecidos en los planes de desarrollo urbano y ordenamiento territorial y de los recursos que deben surgir de los presupuestos autorizados en los distintos órdenes de gobierno. Definir qué, donde, cuando, cómo, quién y con qué, pero hacerlo con equidad y eficiencia respetando las condiciones impuestas por la naturaleza y sin poner en riesgo la subsistencia de generaciones futuras es la esencia del reto de la gestión metropolitana.

Si bien lo regional tiene características semejantes, pone el énfasis en el mejor aprovechamiento posible de los recursos disponibles en un territorio definido por características homogéneas, como puede ser una cuenca hidrológica o una cuenca económica, en donde las distintas actividades productivas compiten por los recursos disponibles y deben prever las interacciones entre ellas para satisfacer los requerimientos locales e intercambiar con otros espacios los productos requeridos por ellos.

Para ambos fenómenos hay experiencias valiosas positivas y negativas dentro y fuera del país que deben analizarse cuidadosamente para construir procesos en los que participen todos los actores, no se trata de imponer desde las altas jerarquías decisiones inapelables, pero tampoco de sumar indiscriminadamente todas las demandas surgidas de la base, sino de construir consensos que busquen la conciliación de intereses, potencien el aprovechamiento de los recursos y complementen las capacidades y atribuciones de todos.

Integrante de @pormxhoy

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