Por: Emilio Pradilla Cobos | POR MÉXICO HOY

El desempleo y la informalidad en México y sus ciudades más importantes han sido situaciones totalmente manipuladas en el discurso político a lo largo de la historia, hasta nuestros días. Aunque es un problema estructural de nuestro innegable atraso socioeconómico, solo se reconoce como tal al desempleo abierto, pero no al subempleo y a la informalidad que son sin duda parte de él. En agosto del 2024 se hablaba, con gran aprobación para el gobierno saliente, de una tasa de desempleo del 3.0% de la población económicamente activa (PEA), pero en las estadísticas de Inegi esta cifra solo incluía a quienes no tenían empleo y lo buscaron durante el último mes. No se incluía al 8.0% de subempleo de trabajadores que estaban en disposición de trabajar más tiempo y lo buscaban; y al 54.3% de trabajadores en situación de trabajo informal, es decir que laboraban en empresas no registradas, o sin contar con contrato formal, sin acceso a las prestaciones de ley, o sin condiciones de trabajo adecuadas, fuera de la formalidad.

En síntesis, realmente un 65.3 % de la PEA se encuentra fuera de las situaciones normales de trabajo del sistema capitalista formal. Es interesante señalar que hacia 1950, en plena industrialización sustitutiva de importaciones, los países latinoamericanos y caribeños tenían, según la Cepal, una tasa de desempleo y subempleo del 41.6 %, menor que la actual.

Los subempleados buscan más horas de trabajo porque las que laboran no les reditúan el salario suficiente para sobrevivir con sus familias, por lo que son, parcialmente, desempleados, al fin y al cabo. En la informalidad, en la que se incluyen artesanos, pequeños productores, comerciantes en la vía pública de todo tipo, distribuidores y cargadores no registrados, sexoservidores, mendigos, así como sicarios del crimen organizado o ladrones ocasionales, etc., se carece de prestaciones sociales incluyendo la más importante de atención médica en un seguro social, ni aguinaldo y jubilación, ni guarderías para sus hijos, trabajan al sol y al agua, carecen de servicios sanitarios, de energía eléctrica y agua corriente, etc. En la Ciudad de México, capital del país, más de la mitad de los trabajadores lo hacen en la llamada informalidad y sus calles están llenas de ellos. Por eso, son abiertamente vulnerables a todas las inclemencias laborables, pero tienen que aceptarlas para sobrevivir debido a las escasas ofertas de empleo formal existentes en el mercado. México, como país, se ubica por arriba de la media nacional de la región, junto a países como Argentina, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. En el desempleo y la informalidad tenemos que encontrar una de las determinaciones de la violencia que impera en nuestras ciudades.

Los gobiernos neoliberales consideran que esta situación es normal en nuestra operación económica, lo cual entendemos como parte de su subordinación y facilitación de la acción del gran capital monopolista. Pero todo gobierno que se diga “de izquierda” o “progresista” tiene que plantear cambios del sistema económico que signifiquen que nuestros países salen de este dominio de la informalidad; de lo contrario, no podemos hablar de una transformación real de la situación social.

Lo que observamos, sin embargo, es que los llamados gobiernos “progresistas” latinoamericanos, incluido el mexicano, consideran que los subempleados y los informales tienen empleo, no los incluyen en las filas del desempleo y, de hecho, no plantean programas de desarrollo económico alternativos que los incorporen a la “formalidad”; no se ocupan de ellos.

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