Por: Carlos Heredia Zubieta

La presencia global de México perdió relevancia y su política exterior prescindió de sus mayores activos en el sexenio que concluye.

No haré aquí un análisis detallado de las determinaciones erráticas sobre asuntos internacionales: ‘pausas’, distanciamientos o conflictos sin sentido con Argentina, Austria, Bolivia, Canadá, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Panamá, y Perú. Ausencia, indiferencia o confrontación con la Cumbre de las Américas, APEC, el G-20 y la OEA. Pérdida de interlocución ante la inminente revisión del T-MEC.

Tampoco califico en este texto el desempeño de quienes estuvieron al frente de la Cancillería.

Aludo, sí, a la forma caprichosa en que se han cocinado las decisiones del gobierno mexicano en el escenario global, sin rumbo fijo, sujetas únicamente al humor del inquilino de Palacio Nacional.

Escuchar consejos y aceptar correcciones nunca fue el punto fuerte del presidente. En 2019 afirmó que no se requiere gran ciencia para extraer petróleo, y sostuvo que gobernar le resultaba fácil.

No hubo en este sexenio quien pudiera decirle al presidente: ‘señor, esa decisión está equivocada y a nuestro país le saldrá muy cara’, y permaneciera en su cargo para contarlo.

El presidente echó mano de su séquito de aduladores en Palacio, que le decían lo que quería escuchar y no lo que debía saber. Prescindió del conocimiento, la pericia y la experiencia del personal profesional de la Cancillería, que fue groseramente desplazado.

En materia de derechos humanos ꟷuno de los principios constitucionales de la política exterior mexicanaꟷ AMLO usó un doble estándar y arropó a Maduro, Díaz Canel y Ortega, cuyas prácticas habituales van de robarse elecciones a reprimir a sus propios ciudadanos.

Hacia Estados Unidos hubo tanto una retórica soberanista, como intentos de congraciarse primero con Trump y después con Biden. La relación bilateral estuvo marcada por al menos cinco inconsistencias:

1. Ver al sistema político estadounidense como si fuera el mexicano;

2. Apostarle a que un vínculo personal cercano del presidente con el embajador Ken Salazar era suficiente para una buena relación con Washington;

3. Abandonar a las comunidades mexicanas en EU, con quienes el presidente no se encontró ni una sola vez en sus cinco visitas a territorio estadounidense.

4. Considerar que, en medio de la crisis del fentanilo en EU, la narcopolítica que rodea al partido oficial en México no tendría consecuencias.

5. Perder la confianza de sus homólogos.

Y finalmente, a propósito de otra ocurrencia: ‘la mejor política exterior es la política interior’, ha quedado claro que no basta mirarse el ombligo ni hacerse de supermayorías electorales para que México tenga mayor voz, peso y credibilidad en el escenario global.

¿Qué política exterior y para qué fines necesita México? ¿Qué alianzas globales y regionales va a priorizar el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum en 2024-2030? ¿Qué similitudes y diferencias mostrará en la práctica respecto al sexenio de AMLO? ¿Qué escenarios maneja para el triunfo de Donald Trump o para la victoria de Kamala Harris?

Difícil contestar estas interrogantes en el tránsito del régimen político hacia la autocracia que rinde culto al poder unipersonal. En los hechos, AMLO siguió un principio que no está en la Constitución mexicana: ‘La política exterior soy yo’.

Miembro de Por México Hoy. @pormxhoy

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