¿El ser humano puede volverse obsoleto? Con los recientes avances en la ingeniería computacional y el uso creciente de la tecnología en todos los ámbitos de la sociedad, hay quienes piensan que algún día las máquinas reemplazarán a los humanos, pero ¿es esto de verdad posible?
Antes de imaginar escenarios de ciencia ficción donde la Inteligencia artificial tomará el control, debemos reconocer que la toma de decisiones en los dispositivos móviles dirigidos por algoritmos ya está impactando a la sociedad de maneras diversas.
Por un lado, la capacidad que tienen las máquinas para procesar grandes cantidades de datos genera la creencia de que son capaces de tomar mejores decisiones anticipando resultados probables, pero por el otro, confiarles esta responsabilidad podría significar que la diversidad humana podría no verse reflejada al predominar un único enfoque en las alternativas para resolver un problema.
Las personas somos hijos de nuestro tiempo. Conforme la tecnología avanza, la cultura se transforma y los espacios antes reservados sólo para los humanos, ceden paso a nuevas ideas de lo posible y de lo aceptado. Elementos como la cultura y el entorno en que una persona se desarrolla, establecen diferencias en su interpretación de cómo se relaciona el ser y su creación, la máquina.
Todos los días lo humano y lo reservado a las máquinas redefinen su frontera común. Todos los días también, los trabajos exclusivamente humanos cambian, las máquinas nos liberan de los trabajos de alta exigencia física, repetitivos o peligrosos. Un estudio de McKinsey Global Institute (MGI), con la participación de expertos del departamento de Economía de Oxford y el Banco Mundial, pronosticó que millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo en 2030 debido a la automatización. Por su parte, el Foro Económico Mundial (WEF) reporta que la tecnología dará vida a 133 millones de nuevos roles de trabajo. ¿Quién podría anticipar los trabajos humanos del futuro? Al final, las máquinas que creamos nos sirven, para aumentar nuestras capacidades y revolucionar nuestro entorno.
Millones de personas dedicadas al diseño gráfico o al marketing digital, programadores, repartidores a domicilio, traductores, escritores, paseadores de perros, contadores, conductores, asistentes virtuales, trabajadores domésticos, profesores de idiomas, editores, ven sus posibilidades de autoempleo multiplicadas gracias a las apps y la eficiencia con la que los algoritmos emparejan oferta y demanda, reduciendo costos de transacción para los usuarios entre los que se incluyen búsquedas por largos periodos, comisiones en bolsas de trabajo, entrevistas y periodos a prueba en contextos de gran incertidumbre y desconfianza por la calidad del servicio.
Lo que podemos anticipar es que las personas valoramos el tiempo libre, la autonomía, la flexibilidad y la oportunidad de estar con nuestros seres queridos. Una sociedad donde los derechos humanos como la vivienda, el acceso a servicios médicos o a un ingreso mínimo permanezcan atados al trabajo como fue concebido en la revolución industrial no parece probable.
Los trabajos del futuro requieren la convicción de que los seres humanos son sujetos de derechos, independientes de su quehacer. Ello requiere que nuestras leyes y nuevas regulaciones, creaciones humanas al fin, anticipen las necesidades y preferencias de la próxima generación y en última instancia, nos liberen de precondiciones para acceder a derechos básicos que resultan ya obsoletas.
La capacidad de imaginar un mejor mañana es el rasgo humano por excelencia, la capacidad de planear, construir y ejecutar planes a partir de objetivos es lo que ha permitido el avance de la humanidad.
Los gobiernos afrontan nuevas preguntas. Tienen a su cargo idear sistemas de seguridad social, programas educativos, planes de vida y trabajo y soluciones para nuestros problemas de ayer y de hoy en ambientes de escasez de recursos. Por su parte, las empresas y organizaciones se hacen preguntas complicadas también. Se interesan por determinar si las aplicaciones de tecnología disminuyen o aumentan los sesgos de discriminación presentes en la sociedad; si la legitimidad de las decisiones basadas en datos se construye sólo a partir de que éstas sean comprensibles para el resto del mundo, o quien debiera ser responsable de las acciones determinadas con ayuda de la tecnología. Los países cuyas reglas inhiban los cambios, se retrasarán aún más.
Para dar respuesta a estas preguntas, la inteligencia artificial y otras tecnologías exponenciales serán de enorme utilidad. La participación plural, la discusión informada y la ética como directrices para responderlas será el deber de todos. Poner a la ciencia y a la técnica al servicio de las sociedades seguirá siendo nuestra mejor opción.