Mientras la humanidad echa a andar su imaginación ante la posibilidad de que exista vida en otros planetas por los nuevos descubrimientos en Venus, y se obsesiona con las excitantes perspectivas que ofrece la tecnociencia y los “visionarios” como Elon Musk, la Tierra arde, literalmente.
En 2018, se dieron a conocer las preocupantes imágenes del desprendimiento del inmenso iceberg Helheim de la banquisa groenlandesa: 10 mil millones de toneladas, 6 kilómetros de largo, 1,6 de ancho y 800 metros de profundidad de agua dulce congelada, ahora flotan “a la deriva” en el Ártico. ¿Fue suficiente para generar una reacción colectiva y contundente frente a la urgencia climática? No.
Efecto inequívoco del calentamiento global, esta fractura monumental fue sólo otra de las terribles consecuencias de las presiones de la termo-industria sobre el sistema climático que se siguen acumulando e ignorando a la vez.
Aunque causados por la imprudencia de un absurdo ritual posmoderno—el “gender reveal” que sólo a los estadounidenses se les podía haber ocurrido—la rápida propagación de los incendios en California en los últimos días está profundamente ligada al aumento de las temperaturas y a las consiguientes sequías de la vegetación.
Para Donald Trump—líder mundial del negacionismo climático y de la extrema derecha supremacista—esto, obviamente, no tiene nada que ver con el cambio climático—invento de los chinos según él. Su reciente visita a la zona de los siniestros en California nos dejó unas perlas que no está de más recordar: “El clima comenzará a enfriarse [sic]” o peor aún: “No creo que la ciencia sepa lo que sucede [sic]”.
Pese al cinismo de algunos, no nos equivoquemos: si de algo son conscientes los líderes de la industria y sus defensores políticos, es de los peligros del cambio climático. Saben que, aunque se trate de una amenaza existencial para la especie humana, no todos lo vivirán de la misma forma. Son conscientes de que, sólo acumulando capital, quemando combustibles y explotando trabajadores y ecosistemas, podrán preparar las condiciones para mantener sus privilegios y asegurar su retiro en algún rancho militarizado y autárquico de Kansas, en alguna isla fértil, privada e inaccesible o, quizá, en la primera colonia lunar administrada por SpaceX y patrocinada por miles de millones de dólares de las arcas públicas.
Recordemos la orden ejecutiva[Executive Order on Encouraging International Support for the Recovery and Use of Space Resources] firmada por el presidente Trump el 6 de abril de 2020 que busca fomentar, por inaudito que parezca, la privatización de los recursos espaciales. El texto dice explícitamente: “La exploración exitosa a largo plazo y el descubrimiento científico de la Luna, Marte y otros cuerpos celestes requerirán una asociación con entidades comerciales para recuperar y utilizar recursos, incluida el agua y ciertos minerales, en el espacio exterior”.
Terrible conclusión: la Tierra le queda pequeña al extractivismo capitalista. Alterar el equilibrio ecosistémico del planeta no le fue suficiente. Bienvenidos al nuevo capitalismo Sci-Fi que se apoya en una de las fantasías más sobresalientes de la cultura pop, que tantas novelas, canciones, series, emisiones, videojuegos y películas nos ha dado: la conquista del espacio exterior. Un nuevo y muy aplaudido proyecto en la era de Instagram, los influencers y del consumo estrafalario y demencial.
En la línea de dicha orden ejecutiva, La NASA habla en un artículodel 10 de septiembre de 2020, de la necesidad de desplegar una “nueva arquitectura de exploración lunar sostenible”.
El uso de la palabra “sostenible” no es de ninguna manera causal. Es claro que los líderes estadounidenses saben que su modo de vida ya no puede asegurarse a largo plazo en las condiciones actuales de degradación ecológica y ante la escasez que se vislumbra. El petróleo convencional, el componente más decisivo para el despliegue de poder estadounidense, se está agotando. Apenas hace unos días, BP publicó la edición 2020 de su Energy Outlook en donde anticipa (y acepta) que la demanda mundial de petróleo no volverá nunca más a los niveles pre-pandemia. ¿Qué significa esto? Que podemos olvidarnos del crecimiento del PIB global y podemos darle la bienvenida a la progresiva fragmentación (caótica) del superorganismo globalizado.
La petro-civilización es insostenible y se dirige al colapso. Y pese a ello, la solución que se plantea no es el cuestionamiento integral de las lógicas económicas, políticas y culturales que nos han llevado hasta aquí. No se plantea que las dinámicas expansivas, necesarias para la supervivencia de la civilización, son precisamente la causa de la pavorosa problemática energético-ambiental contemporánea. Se plantea, en cambio, una solución tecnológica a un problema eco-social.
La premisa es: a través de la tecnociencia (intentar) seguir el curso de la expansión civilizatoria en otros “mundos” capaces de proveernos de los recursos que escasean en la Tierra y que nosotros mismos hemos socavado. Expansión que, además de requerir de inversiones faraónicas de capital que no habrá, necesita de cantidades exorbitantes de energía que tampoco habrá. La verdad incómoda es que el capitalismo Sci-Fi es un sueño guajiro, patadas de ahogado del gran capital frente a los rendimientos decrecientes de sus industrias y frente a las férreas imposiciones de la termodinámica a las aspiraciones de crecimiento ilimitado.
Y no, esto no es el guión de una distopía hollywoodense. Esta es la cruda realidad. El efecto de siglos de desconexión profunda con la Naturaleza. El efecto de hacer del crecimiento, una religión y, de la tecnología, un fetiche. La clara consecuencia de nuestra incapacidad de asumir la existencia de “límites” al progreso infinito.
No importa que la Tierra arda. El destructivo Business as Usual sigue su curso y, nosotros, cuales zombis sedientos de consumo, le cedemos el paso con una reverencia.