Arrinconado contra la pared, con el rostro bañado en sangre… desfigurado, destrozado, fracturado. Granizo de puños sobre su cuerpo. Sin fuerzas siquiera para decir ya basta. Él sólo quería ganar la pelea, hacerle por lo menos lo mismo a su agresor, romperle la cara, dejarlo sin dientes, orinarlo, para después, triunfante, celebrar su victoria. Pero ese no fue su día. Perdió. Su atacante, un incógnito guerrero de paliacate en cara, fue quien disfrutó con los puños en alto la insaciable euforia que otorga el triunfo.
Lo ocurrido en el Estadio Corregidora en marzo de este año impactó al país entero. La brutalidad con la que se enfrentaron las barras de aficionados de los equipos de futbol del Atlas y el Querétaro, representa el más claro ejemplo de las consecuencias extremas de la polarización.
Hoy “polarización” es la palabra de moda. No solo en México sino alrededor del mundo. Cinco sílabas que representan la guerra de los polos opuestos. Sí… la válida diferencia de opinión, la lucha legítima de valores y de formas de concebir al mundo; pero también la anarquía, la violencia y la división. Entonces corremos despavoridos. ¡Es el diablo! Y nos urge encontrar un culpable. ¿Quién trajo semejante mal a la sociedad? Y optamos por la respuesta fácil y decimos “fueron nuestros líderes”.
Y los llamamos demagogos, o populistas, o carismáticos. Y con el dedo índice los señalamos: ¡Son ellos los que nos dividen! Entonces les atribuimos poderes mágicos sobre los que piensan distinto a nosotros. ¡Son engañabobos! ¡Hechiceros de multitudes! ¡Encantadores de masas! Y nos sentimos brillantes y satisfechos por haber encontrado a los culpables… pero nunca ni por error nos volteamos a ver en el espejo.
Sin embargo, si queremos liberarnos del simplismo y comprender un poco más de este fenómeno, hay que conocer cuáles son las raíces de la polarización de nuestro tiempo, que van desde la naturaleza humana, pasando por el uso de las redes sociales, hasta la profunda desigualdad social que aún en nuestros días se intenta negar, minimizar o ignorar.
En primer lugar, podemos encontrar el origen de la tendencia a polarizarnos en la antigua horda primitiva del cazador-recolector. En ese pasado Paleolítico, la única forma de sobrevivir era perteneciendo a una tribu: el refugio ante las amenazas de grupos enemigos, el frío y los animales salvajes. Desde ahí proviene la creación de un orden social que comenzó a dividir entre “ellos” y “nosotros”, y que activa nuestras alertas cuando sentimos que nuestra comunidad se encuentra amenazada de alguna manera por “los otros”.
Por otra parte, como seres humanos, tenemos la necesidad psicológica de poseer una identidad social. Ésta se convierte en brújula, guía y bandera que nos dota de un sentimiento de pertenencia. Categorizamos a los demás y a nosotros mismos, comparamos nuestras diferencias y nos relacionamos con aquellos que nos sentimos identificados. De acuerdo a la teoría de la identidad social de Henri Tajfel, una vez que definimos nuestro grupo, tendemos a competir con “los otros” y a tratarlos con desconfianza y hostilidad.
En este mismo sentido, se encuentra la teoría de las normas sociales, la cual plantea que el individuo tenderá a imitar el comportamiento de lo que perciba como “normal”. Por lo tanto, si los miembros de mi grupo descalifican a los otros, y los otros descalifican a los míos, la norma de comportamiento a la que todos tenderemos a ajustarnos será la descalificación.
Otra de las raíces de la polarización es el sesgo de confirmación, el cual representa la tendencia de buscar, interpretar y favorecer todo aquello que confirme o valide nuestras creencias, prejuicios o valores. Adicionalmente, se encuentra el principio del anonimato de las masas, planteado por Gustave Le Bon, el cual establece que los miembros de un grupo que saben que no podrán ser identificados, estarán dispuestos a hacer o decir cosas que no se atreverían individualmente si tuvieran la posibilidad de ser reconocidos.
Todo lo anterior está catapultado por el uso del smartphone y las redes sociales: los algoritmos de búsqueda y sugerencias están diseñados para que encontremos información relacionada con nuestro historial de visitas y preferencias. De esta manera, las redes sociales están polarizadas porque, para bien y para mal, se convirtieron en propulsores de grupos identitarios.
Finalmente, se encuentra el factor de la desigualdad social, que es en buena medida la base la exclusión económica y el clasismo. Por eso, un país que no se enfoque en apoyar a los más desfavorecidos y en reducir la desigualdad, será un país condenado a la polarización. En este sentido, resulta paradójico que algunos de los que más la lamentan, sean al mismo tiempo acérrimos críticos de las políticas sociales y redistributivas.
Si queremos entonces encontrar culpables de la polarización de nuestro tiempo, bastará con vernos al espejo… cuando soltamos bombas de odio con nuestro canibalismo twitero; cuando como cangrejos en cubeta estamos dispuestos a que mejor nos jodamos todos, antes que les vaya bien “a ellos”; cuando no somos conscientes de los mecanismos que activan la polarización y nos convertimos en títeres sujetos a ser manipulados.
Sin embargo, en una democracia, l a polarización puede ser tanto negativa como positiva. Es negativa cuando alienta el caos, siembra la anarquía y fomenta la violencia; pero también es positiva cuando promueve el debate e impulsa la legítima facultad por la lucha y conquista de principios, valores y derechos.
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Maestro en Políticas Públicas