El pasado domingo 01 de agosto se realizó la primera consulta popular en la historia del país. Rodeada de polémica, crítica y apoyo, ese día salieron a emitir su opinión 6.6 millones de mexicanos respecto de si se debía o no enjuiciar a los expresidentes.
Mucho se ha escrito acerca de los 528 millones de pesos que costó la organización de la consulta; de si la pregunta que se realizó fue la correcta; de que para qué organizar una consulta y no simplemente proceder conforme a derecho ante cualquier delito cometido; de que si el INE no la promovió lo suficiente y los partidos de oposición la desincentivaron; de que fue un espectáculo sin sentido; y de la baja participación ciudadana (7.1% de la lista nominal de electores).
Por supuesto, es necesario que en una democracia que da pasos firmes hacia su madurez como la de México, los diversos actores políticos y sociales discutan acerca de todos los puntos anteriores; sin embargo, resulta también indispensable abrir el debate respecto a cómo lograr consolidar la democracia directa dentro de la cultura mexicana. Esto forma parte de la gran lucha entre los promotores de la democracia representativa y los que impulsan la democracia directa.
Por su parte, la democracia representativa, empieza y termina el día de las elecciones. Los ciudadanos eligen a sus representantes y con su voto les confieren la facultad de tomar las decisiones que ellos consideren pertinentes durante todo el periodo para el cual fueron electos. Así, el pueblo ejerce su poder…. un solo día, y después calla por tres o por seis años.
En contraste, en la democracia directa, las y los ciudadanos, además de elegir a sus representantes, también tienen la posibilidad de continuar participando en la toma de decisiones públicas de forma permanente, a través de distintos mecanismos. Uno de ellos es la consulta popular.
Bajo esta óptica, la consulta realizada, como un primer ejercicio nacional en el que las y los ciudadanos fueron tomados en cuenta en un momento distinto al de las elecciones, independientemente de cualquier crítica pueda tener, resulta una acción positiva para iniciar el camino hacia la consolidación de una cultura de democracia directa en México.
En 2022 habrá un segundo ejercicio al respecto: la consulta de revocación de mandato para el presidente de México. Aquí se les preguntará a los ciudadanos si consideran que el presidente López Obrador debe terminar o no el periodo para el cual fue electo. Será interesante analizar si en este nuevo ejercicio incrementa la participación ciudadana.
No obstante, una de las principales lecciones de esta primera consulta es que el alto grado de participación ciudadana necesaria para que se haga vinculante (40% de la lista nominal de electores), genera que las consultas se conviertan en actos simbólicos que resultan imposibles de materializarse. En este mismo sentido, en la mayoría de las leyes de participación ciudadana de las entidades federativas, la figura del plebiscito implica incluso una participación del 50% de la lista nominal de electores de la entidad, y que más del 50% de dichos votos hayan sido emitidos en el mismo sentido. O sea, un simbolismo pensado conceptualmente para que sea imposible de materializarse.
Esto nos lleva a la célula del gobierno más cercana al ciudadano: los gobiernos locales. Son estos actores los que tienen el poder real para fomentar la cultura de la democracia directa. ¿Cómo? Pues empezando a poner a consulta cuantos proyectos puedan. Desde temas culturales, hasta urbanos, medioambientales y deportivos.
Por ejemplo, en 2015 se realizó una consulta pública en la Ciudad de México, respecto a la aprobación del proyecto “Corredor Cultural Chapultepec”, en la que participaron alrededor de 22 mil personas, de las cuales 14 mil votaron por el “No”, mientras que 8 mil votaron por el “Sí”. En este caso, la participación ciudadana fue de sólo el 4.8% de los electores, y aún así se respetaron los resultados de la consulta.
Otro ejemplo interesante de democracia directa en el campo de la cultura, lo realiza la Ciudad de Londres, en donde se somete a consulta pública el nuevo monumento a ser expuesto en el cuadrangular vacío (el cuarto plinto) de la plaza Trafalgar Square, en donde la voluntad popular ha escogido desde un gallo gigante color azul, hasta una escultura en forma de cohete espacial.
Realizar dos o tres consultas populares por sexenio no será suficiente para arraigar la cultura de la democracia directa en México. Estas primeras consultas nacionales deben abrir brecha para que los gobiernos locales sigan el ejemplo; acaban de ser electos 1,926 nuevos presidentes municipales y 15 gobernadores que hoy tienen la oportunidad de innovar al respecto. Si esto sucede, la cultura de participación se irá consolidando con el paso de los años, y así quizás dentro de dos sexenios podremos ver consultas populares, locales y nacionales, en las que la participación ciudadana sea tan alta como en una elección presidencial.
La democracia directa sólo se podrá consolidar a nivel de las calles, los barrios y las colonias, en las asambleas ciudadanas y en las consultas vecinales.
Por eso, la democracia directa será local… o no será.
https://scholar.harvard.edu/pedrorangel