Ilusorio todo análisis que desligue religión, política y guerra en el presidente Donald Trump. Las tres dimensiones, en la civilización humana y en la propia historia de Estados Unidos, se ha intentado mantenerlas separadas.
En efecto, para Donald Trump no hay adversario, dama o enemigo -inventado o no-, que no amerite su clasificación y su respuesta más despreciable y la necesidad de una exhibición / tortura mediática: el twitter, instrumento eficaz de campaña política, se combina ahora con el dron bélico, como armas religiosas y electorales contemporáneas, portavoces instantáneos de la victoria presidencial y de la voluntad estadounidense como la última voz del mundo.
El espíritu, las reglas y las leyes del sistema democrático y electoral que se han dando los estadounidenses, le ha llevado a un proceso de enjuiciamiento.
El estilo decretista medial de Trump es ávido en sorprender, revelar lo oculto en los nuevos eventos / personalidades y sellar con su marca los acontecimientos. Trump está consciente de su interés primordial en un segundo mandato; de hecho, 8 años después, busca obtener los beneficios para su reelección del pensamiento que compartiera Trump en su propio twitter, la importancia de atacar Irán como escenario favorable a la reelección del entonces presidente Obama:
@RealDonaldTrump
@BarackObama will attack Iran in the not too distant future because it will help him win the election. (14 nov, 2011)
La expedición tecnológica contra los iraníes se asumió justa porque le es necesaria y apremiante para la circunstancia electoral del Presidente de EUA:
“La intención de quienes promueven una guerra, nos dice Maquiavelo, ha sido siempre, y es lógico que así sea, enriquecerse ellos y empobrecer al enemigo; y la única razón por la que se busca la victoria y se anhelan las conquistas es el acrecentar el propio poderío y debilitar al adversario” [Maquiavelo, N. (2010), Historias de Florencia, Tecnos, Madrid, pág. 293]
Las consecuencias de la muerte del mando militar iraní Qasem Soleimani y de Abu Medi, líder de las Fuerzas de Movilización Popular, al menos en prospectiva regional, escalan todo. Acaso el ex presidente Barak Obama y su gabinete evitaron optar por una política de devastación indiscriminada, resolvieron con prudencia geopolítica el destino del presunto autor intelectual de los ataques terroristas del 11S, ya que al capturar y arrojar al mar a Osama Bin Laden, evitaron convertirlo en una víctima y su lugar de entierro, en un visitado santuario islámico mundial.
El argumento de guerra preventiva de Trump es atendible en su estrategia teológica / bélico / medial: estamos informados del daño que son capaces de hacernos y que querían consumar en los nuestros, y nos hemos adelantado a su destrucción. En la más fina teología política hobbesiana, el atentado contra enemigos que representaban la proyección terrorista, se asume como misión indispensable para prevenir la guerra, como única garantía trascendental de poder vivir en paz, anulando con su decisión la autorización del Congreso estadounidense y del Consejo de Seguridad de la ONU.
A EUA le es importante presentar los expedientes / evidencias veraces sobre los objetivos terroristas de Soleimani y Abu, particularmente contra personal diplomático estadounidense, no
para legitimar lo imposible, sino para respaldar la palabra presidencial con imágenes ante el mundo sobre la inminencia de ataques contra objetivos estadounidenses.
Estratégicamente, Trump no es proclive a guerras territoriales convencionales, pero sí a demostrar el poder del rayo en el despliegue de la tecnología de la potencia militar estadounidense.
Por ahora, el dron trumpiano que cobró dos vidas claves del liderazgo político y militar iraní, le da un respiro en pleno calendario del impeachment demócrata; le arrebata la posición de prestigio en temas internacionales que tenía hasta ahora su potencial oponente principal Joe Biden; coloca a los demócratas en una posición de pasmo y conmoción política; se consagra entre sus electores como el líder temido que es capaz de llevar el timón de la guerra a todo supuesto enemigo; forza a un nuevo reacomodo de liderazgos y alianzas internacionales por la paranoia que representan ahora las prioridades inconfesas de la administración presidencial de Trump.
No hay que subestimar los efectos colaterales positivos de este golpe de guerra sobre las economías aliadas a EUA productoras de petróleo, como el caso de México, tanto en el precio como en los mercados internacionales del crudo.
Finalmente, el atentado bélico medial desprestigia a Estados Unidos en un entorno global proclive al extremismo terrorista, particularmente contra objetivos de Israel y Arabia Saudita, eleva el nivel de la confrontación en diversos espacios del mundo proclives a episodios de mortandad indiscriminada y ensayos nucleares tecnológicamente sofisticados, especialmente sobre rostros y vidas estadounidenses -domésticos y extranjeros-, reabriendo un nuevo ciclo de duelos fundamentalistas y venganzas sacrosantas contra comunidades y naciones, de lo que aún se denomina Occidente.