La lucha por el 2021 ya inició y los escenarios muestran que actores y fuerzas políticas clave están asumiendo o postergando su toma de decisiones, se organizan y se preparan para dar las batallas cruciales.
Las lecciones diversas son claras: la pérdida del poder en el PAN en buena medida está asociada a que apostó a la ambigüedad y el desdibujamiento gubernamental, a la ausencia de un proyecto transexenal, a la compra de estructuras, al desvarío ideológico, ético y programático de sus líderes, candidatos presidenciales y gobernantes; asimismo, el PRD se corrompió en la antesala del PRI, sembró su oligarquía y quedó presa de la lucha intestina entre sus tribus.
Aunque el Gobierno federal ha podido caminar sin Morena, en realidad el Presidente AMLO y Morena son un binomio indisoluble. Se trata de su corazón político convertido en movimiento / partido nacional.
La era hegemónica priista de alrededor de 80 años en el poder, sin embargo, se explica por la simbiosis entre el Partido y la Presidencia, por su comprensión de la idiosincrasia popular y por la capacidad de procesar las disputas entre liderazgos locales, caciques y caudillos; Morena, por lo tanto, deberá al menos mantener la capacidad de acuerpar al Presidente y a su gobierno. En esa lógica, el Presidente debe ejercer su liderazgo moral y político sin pena, para hacer realidad el ideario maderista de sufragio efectivo y elecciones no fraudulentas como encomienda morenista básica.
El liderazgo activo del Presidente AMLO y su agenda por un cambio de régimen, requieren un partido político fuerte, que fomente sus directrices, su doctrina política y disciplina político legislativa, donde haya reglas claras para la estructura, liderazgos, órganos y cuadros de Morena.
En principio, no debe ser dirigida por cualquier persona, porque los actos imprudentes y sin visión en su dirigencia no sólo dañan a su persona, sino también al Presidente y a su agenda de transformación. Por ello el Presidente, como su mentor preeminente y por necesidad política, debe evitar el naufragio de la organización que decidió fundar.
Ser indiferente a su destino o una posición de sana distancia, serían errores políticos con consecuencias imprevistas. Hasta ahora, Morena no ha tenido un liderazgo ideológico y pragmático que le consolide como centro partidista de la 4T, ni ha mostrado tener aspiraciones y posicionamientos de grandeza.
La lucha por Morena es símbolo de la contienda presidencial adelantada en la órbita íntima del Presidente. Parece buena noticia para Morena la transición al liderazgo partidista interino a Ramírez Cuéllar, a quien le es necesario conciliar ahora con el Presidente, el ciclo hacia una dirigencia que permita a Morena devenir en un verdadero partido político. Por la vía del legalismo jurisdiccional, la asunción del Senador suplente Alejandro Rojas implicaría en Morena un liderazgo tangible y nueva proyección territorial a la agenda de cambio presidencial, o en su caso -si AMLO consuma la síntesis en la dirigencia entre Bertha Luján y Alejandro Rojas-, una ecuación dirigente excepcional que, por extensión, permitiría un nuevo equilibrio de poder entre eminentes profesionales estrechamente cercanos a su línea de autoridad, que se disputan palmo a palmo sucederle en la Presidencia: Ricardo Monreal, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.
Ha perdido demasiado tiempo y no tiene demasiado calendario Morena para apostar a improvisar con una dirigencia sin formación política / ideológica o desde ésta, contribuir a seleccionar candidatos locales y estatales de azar, con prestigio nacional, pero con predecible daño irreparable en materia de credibilidad y gobernabilidad para la 4T. A su vez, de un movimiento turba [por irreflexivo y sin rumbo (Elías Canetti dixit)], Morena como enclave originario de liderazgos sociales y de izquierdas, puede aspirar a convertirse en un partido político eficiente, jerárquico, ordenado, con nuevos cuadros formados y una generación de líderes y gobernantes con mayor probidad y oficio por la gestión pública.
Las apuestas parecen ya correr entre adversarios del Presidente, mientras élites de derecha multi rostro se organizan para disputar posiciones y capitalizar errores gubernamentales, de la mano de recursos abundantes, medios masivos e intelectuales a modo. Por ahora, es claro que el crecimiento de la economía y el control de la espiral de la violencia no pasan por su mejor momento, por lo que su mayor deterioro derivará en más volatilidad en el electorado, con riesgos para la hegemonía legislativa y gubernamental de Morena en 2021; de ahí que no es un cálculo realista confiar en los padrones de beneficiarios y el impacto de programas sociales sin el acompañamiento de capacidad operativa, una estructura territorial / orgánica eficaces y un verdadero liderazgo partidista nacional en Morena.
Todo indica que el presidente AMLO requiere institucionalizar su carisma político personal para potenciar otras esferas de mejores resultados.
Como institución política, Morena puede llegar a ser clave como puente con sectores de clase media cada vez más resentidos con los efectos de la política gubernamental y sobre todo, ante la necesidad de mantener un más sólido y sinérgico compromiso social de la República con la necesidad de abatir la pobreza.
Como plantea una filósofa italiana “la verdadera democracia es filosofía en el poder”. El cambio de régimen requiere se “practique la política como arte de la verdad” [Franca D´Agostini], en el que la Presidencia puede desarrollar una pedagogía política de lo que sabe y en lo que cree, de la mano de un liderazgo con capacidad de operación real político-partidista.
Así, Morena llegará a ser ojo vital en la aguja presidencial o paja para la 4T.
@pedroisnardo
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