Cuando se desata y en medio del episodio Ovidio / Culiacán , el Presidente AMLO parece asumir la evidencia pública de una misión que fracasó y los hechos comoprueba palpable de que la guerra no debe ser desde él una obsesión política presidencial.

Si se perdió un tiempo de oro en el momentum de la captura / extradición, si la Guardia Nacional aún no puede dar un golpe de efecto y si vidas inermes (incluso de allegados a militares) pudieron o no pagar el precio del fracaso en tierra culichi, el presidente optó por dar vigencia a una especie de doctrina de arte político hacia la paz.

El disenso de los expertos y estrategas ha sido notorio, sórdido y se profesa indignado. La decisión presidencial también se ha mirado como principio y fuente de debilidad política extrema, como el fin de toda esperanza de que el Estado mexicano rehabilitará su potestad ante el crimen organizado y el narcotráfico. La opinión pública mexicana, según las encuestas evento post Ovidio , se muestra vacilante ante el axioma anterior: Demotecnia / de las Heras muestra 55% de la ciudadanía favorable a la liberación presidencial del hijo del Chapo Guzmán y al menos 33% desfavorable a la estrategia gubernamental en seguridad.

Las fotos que se toman en la casa con Ovidio detenido dan cuenta de cómo el operativo civil/militar en campo logró su primer objetivo. “En su domicilio arribó una treintena de soldados de élite con la instrucción de aprehenderlo, mientras otro centenar tendió en la periferia un círculo de protección, aguardando una orden judicial de cateo (...) Gracias a a su elevada preparación ninguno de ambos equipos (el que entró en la casa y el que lo resguardaba) fue penetrado por los atacantes ni resintió heridos, muertos o secuestrados, pero sí pudo abatir a un número impreciso de sicarios” [Marín, Carlos, “Enseñanza y neta del culiacanazo”, Milenio , 25 de octubre de 2019].

Los eventos posteriores enlazan con un ciclo endeble de decisiones tácticas / sistémicas e imprevistos y a su vez con el férreo hostigamiento narco criminal para recuperar al hijo del Chapo Guzmán : se convirtió en un tortuoso y eficaz artificio de pánico social que terminó desfigurando la sorpresiva captura, anulando la posición y ventaja táctica gubernamental y -de corroborarse con el Informe oficial que se emita en las próximas semanas sobre los hechos-, podremos tener evidencia del operativo efectuado por la Policía Militar Ministerial y la Guardia Nacional, el momento y secuencialidad en que se enteran y enhebran decisiones el mando superior castrense, el de inteligencia nacional y el titular del Ejecutivo, y hasta donde se había logrado una estrategia de élite consensada, contextualizada y celosamente planificada.

El pensamiento clásico weberiano enseñaría que la liberación de Ovidio anula las hojas de navajas afiladas que harían posible que el Estado mexicano pueda reclamar para sí “el monopolio del ejercicio físico de la violencia legítima” y muestra lo inconciliable de postrarse a la fuerza del narco con la vigencia del Estado de Derecho, el cumplimiento de la leyes y de los tratados internacionales signados por México en la materia [pueden aducirse al menos los artículos 9.1, 10 y 11 del Tratado de extradición México-EUA]. Peor aún, la gracia gubernamental de la liberación otorgada a Ovidio, no se ha interpretado como una práctica excepcional o un cálculo forzado por las circunstancias de un operativo que al demostrarse fallido hubiera derivado en más consecuencias inmanejables e injustificables para el gobierno mismo, por lo que se le ha asumido en el imaginario colectivo y medial, como un indulto al poder del narco, una injusticia contra la sociedad misma.

Es también MaxWeber el que nos insiste en que en la modernidad, es el político profesional quien decide los fines del Estado. Gaddis , por su parte, nos recuerda que fue Abraham Lincoln -el menos educado de los políticos contemporáneos-, uno de los pensadores estratégicos más importantes: en sus discursos y resoluciones daba lecciones de humildad, mientras sus estrategas estaban dominados por un ego desenfrenado.

Mientras en aquél acontecimiento de Sinaloa del 17 de octubre -cuando se sucedían los hechos minuto tras minuto con la sociedad mexicana y mundial como testigos-, alguien debió reconocer los dilemas, valorar las limitaciones en la polaridad de capacidades confrontadas, tomar distancia de las tensiones anticipar las contingencias y tener la habilidad para zanjar el golpe autoinfligido: “nunca estamos seguros de hacer la elección justa (...) es ahí donde las responsabilidades deben re evaluarse a cada instante, según las situaciones concretas, las que no esperan, las que no nos dan tiempo (para la contemplación) y la deliberación infinita.” [Entrevista de Michel Wieviorka a Jacques Derrida, “Le siècle et le pardon, Le Monde des Débates, diciembre, 1999]

Acaso en su búsqueda del ejercicio de un arte de la paz para el país -recordemos el recurso a una ley de amnistía, la no confrontación con los carteles del narco, la política de “abrazos no balazos”-, el presidente AMLO ha probado las dificultades de impulsar nuevos estándares de justicia / reconciliación nacional, que no pueden reducirse a la dimensión del discurso y las aporías: ¿estamos ante con el arte de la paz presidencial ante un giro doctrinal y estratégico pragmático? Implica, como en su momento quienes dieron rienda suelta a una ecuación de guerra anti narco, responsabilidades presidenciales y de Estado, potenciar métodos, decisiones y recursos frente al fenómeno de la criminalidad y violencias que ciega cada vez más vidas y toca a más puertas.

En San Agustín y Maquiavelo , nos recuerda Gaddis, “ambos autores recuperan el sentido de proporcionalidad: el medio empleado debe ser ajustado al fin propuesto, o al menos no desvirtuar éste -en sentido opuesto a una indiscriminada o abstinencia total en el ejercicio de la violencia-” [Gaddis, John Lewis, On Great Strategy , Penguin Random House, 2019].

Como una consecuencia de mediano plazo, es posible que el gobierno de Trump utilice el evento de Sinaloa como una demostración de la debilidad del Estado mexicano ante el narco, señalando nuevamente a México como riesgo para la seguridad estadounidense y tema capital de su campaña por su reelección presidencial.

Ahora el gabinete de seguridad presidencial debe superar su lucha de poder interna, procesar sus contradicciones y priorizar nuevas misiones y sí, mientras la política de seguridad se rediseña y demuestra su eficacia, la crisis de Estado en violencia, despliegue de narco poder y criminalidad, sigue su curso, expandiendo sus daños múltiples sobre la sociedad mexicana.


@pedroisnardo
unam.pedroisnardo@gmail.com

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