Siempre es una oportunidad reunirse bajo cualquier modalidad con quien presida los Estados Unidos de América.
La relación bilateral es cada día más dependiente y estrecha, cada día más dependiente e integrada para ambas naciones. Es un acierto que el Presidente mexicano acuda a la cita, la agenda es inmensa, las necesidades de los mexicanos en ambas naciones amerita el encuentro.
Los temas de Estado son varios, los intereses geopolíticos reales, incluso por encima de la coyuntura electoral de ambas naciones.
A las urgencias mexicanas de siempre: seguridad, migración, comercio, debemos añadir la Pandemia COVID-19, crisis económica, endeudamiento externo, estabilidad interior.
México es tema en la agenda estadounidense, se necesita conocer a detalle la hoja de ruta de la 4T. ¿Hacia dónde vamos?
¿Qué pasa con los activos sembrados, la seguridad jurídica de las nuevas inversiones?
Deben tener dudas, deben querer cooperar al estilo americano. Claro que la foto suma, el mandatario estadounidense lo sabe; el mandatario mexicano se deja querer porque ambos saben apostar y ganar.
Ambos son políticos hábiles con estilos disruptores que conservan parcelas fuertes.
El Presidente mexicano manda una señal al reunirse con el presidente Trump, dando inicio a su estela estratégica de internacionalización.
El tema central es la entrada en vigor del T-MEC, instrumento jurídico que implicó un trabajo puntual de las tres delegaciones y que aportará beneficios económicos para las tres naciones.
Ambos presidentes son proclives al dominio de las apariencias, los artificios y las realidades.
La prolongación de la crisis pandémica con secuelas tanto en nuestras economías de Estado como en sus prioridades políticas electorales en el corto plazo, les impone alinear el reloj de sus futuros: sus decisiones, sus prioridades, sus políticas, sus nuevos golpes de espectáculo político, tejiendo un encuentro necesario para beneficio pragmático mutuo.