Tal como las encuestas nacionales lo muestran, para el 2 de junio existe una progresiva posibilidad de que los electores optarán por la opción del Presidente AMLO.

El Presidente va logrando su propósito y la cuesta para la oposición se avizora imposible; sin embargo, los electores pueden cambiar el rumbo, virando hacia el mandato a un resultado distinto.

Su candidata se caracteriza por su capacidad de cuidar, con metódica disciplina, su fusión con y la posición del Presidente, cuál sea, ante todo acontecimiento que se ha presentado en el proceso interno y en la campaña.

Parte del camino ha sido la implacable visión y operación política del Presidente, siendo el Edomex el último laboratorio experimental, orientado a desmembrar a la oposición, desmantelar sus propias fortalezas y dar a su adversario priísta su más amado veneno: una pócima de poder o de infierno, según sus egos, ambiciones  o expedientes de corrupción.

El electorado panista mexiquense, en el momento decisivo, rajó e hincó sus alas ante la caída del espectáculo bofo, de una campaña que dejó a A. Del Moral abandonada a su suerte.

Pero el laboratorio de la realidad es único en cada campaña.

Cada actor político que aparece en escena y que amaga con competir, ve como el espejo laberíntico de la Presidencia es profundo, inmenso, incomprensible.

Vivimos un tiempo de incertidumbre política, no se palpa en el electorado mexicano pasión desbordada hacia alguna de las candidatas.

Una propone seriamente un modelo de continuidad, la otra aspira hacia un cambio pero sin un programa desdibujado, que busca centrarse en los sectores agraviados, con una comunicación política inconsistente y sin profunda convicción.

Sondeos y encuestas a modo no permiten palpar con exactitud lo que sucede, entresacando de los ciudadanos sus posiciones encontramos que una buena parte de ellos no se ha decidido.

Lo que hay no les entusiasma, no les moviliza, no les sacude fuertemente.

Percibimos un segmento de votantes impasibles, que podríamos denominar votante sombrío.

Cautelosos y reservados que pueden mover el resultado, el reloj y el resultado de la elección, hacia un lado o hacia el otro.

Esa franja de cientos de miles y millones de electores -un universo de minoría efectiva o ¿mayoría silenciosa? se desplaza transversalmente en el electorado potencial que votará.

El votante sombrío detesta la política, está desencantado de los gobernantes, angustiado y/o agraviado por el fenómeno multi crisis que tiene ya su lugar en el campo de los conflictos internacionales y los desafíos globales: exige otra política y otros resultados del ejercicio de poder.

Ese nicho de jóvenes, clase media y electores de clase baja crítica, entienden el juego de todos, es posible que esté en la columna del voto sombrío, que trae desquiciados y al mismo tiempo actualizado el nudo del negocio de las  encuestas, que lo subsume en la columna de sus “indecisos” o de sus “no contestan”, porque es el nuevo fenómeno de la política electoral contemporánea.

No escuchamos, por ejemplo, a los jóvenes hablar con entusiasmo, movilizarse con vigor.

La política no les apasiona.

Es resultado de nuestro modelo educativo en donde asignaturas de civismo, historia política están ausentes.

Prácticas democráticas clave como el debate, y la discusión pública brillan por su ausencia en nuestros kardex escolares.

La pandemia, la carestía, la criminalidad, el miedo por el futuro, inhiben la participación política de los jóvenes quienes están pasmados.

El futuro incierto para los jóvenes mexicanos está ensombrecido por las dinámicas de violencia, impunidad y corrupción.

Se les hereda un mundo inmundo.

Un planeta envenenado, convaleciente, deforestado; un país sangriento y confundido.

Tiene que brotar ese resorte idealista, transformador, revolucionario, decidido que lleve a los jóvenes a liderar el cambio.

Movilizarse, debatir, participar y, sobre todo, hacer presencia para conducir los nuevos procesos y desafíos.

Encabezar el cambio de rumbo para garantizarse un planeta en pie, o lo que asumen como un mejor país.

Parecen pertenecer a la tipología de individuos que ponen sus circunstancias y sus adversidades en perspectiva:

“Debemos razonar nuestras preocupaciones. Necesitamos ver de qué pasado venimos. El principio de precaución no debe dejar paralizarle y no debe caer presa del miedo. Se necesita valentía para avanzar hacia un futuro al que construir”, como aludía Jean Delumeau, historiador francés.

Un país que recobre su lugar en el mundo, una comunidad en paz y en incesante progreso.

El daño de la antipolítica está hecho.

Cada vez son más cínicos los beneficios y los beneficiarios, el intercambio de prebendas, la disolución de los liderazgos en jefes y caciques que negocian su juego de espejos y a sus propios equipos de trabajo y de capital político, como bisutería de futurismo.

Esa manta corroe todo a su paso, llegó a los medios, a las encuestas, y  ha consagrado la política como negocio privado.

Por eso el elector sombrío no cree en las encuestas, no cree en los partidos, en sus elites carroñeras corruptas y de carnaval.

¿Cuál es el nuevo valor del voto y de cada elector para la actual y la elección de 2030?

¿Cómo seducirlos, evitar su traición y garantizar su lealtad?

El Presidente AMLO ha encontrado parte de la respuesta eficaz a ese desafío, ha aprendido de sus mentores históricos de poder y de su propia biografía de luchador social sacrificial y ensaya en su sucesión su posible consagración.

Por eso quienes juegan a ser oposición están contra las cuerdas.

No ven ante sus ojos la posibilidad real de competir y ganar la Presidencia, ya que no se han reinventado como personas, ciudadanos, políticos profesionales y como gobernantes.

De ahí que no se comprende el fenómeno de la  popularidad presidencial hegemónica, el nuevo tablero de desafíos que día a día les ha sembrado para que la oposición sólo se vea en su propio pasado, como espejo de su fracaso permanente.

Una oposición que ha extraviado su agenda porque es evidente que se perdió en el camino y porque carece de pasión y vocación por la República.

El Presidente AMLO, que sí les conoce, ha capturado la expectación, las emociones, la lealtad de las masas, durante todos estos años, y ahora esa parte del país se prepara para darle el triunfo a su leal sucesora.

Y en ese espacio de poder, inconforme como todo rasgo de naturaleza humana, está el elector desmovilizado, que están o no en la mesa de los programas sociales, están o no a favor del Presidente o de los que se proclaman como sus más férreos opositores, pero que observa el estado del país y sobre todo, sus circunstancias inmediatas en su esfera local y cotidiana de vida.

Se trata de electores profundamente desconfiados, que saben el nombre real del juego: la política real define mi vida y mi futuro en común.

Las y los electores sombríos

¿Diferenciarán su voto, dando al gobierno el triunfo y el Congreso a quienes se muestran como oposición?

¿Dará a Xóchitl su respaldo mayoritario y emergerá de las encuestas como factor de sorpresa decisivo?

¿Logrará que en ciertas regiones y localidades evite seguir hincada ante el crimen organizado y el narcotráfico con sus candidatos comprados?

¿Cuál de las campañas clave conquistará un universo mayoritario del votante sombrío mayoritario?

¿La cosecha de ese voto sombrío será en 2024 para Xochitl o, acaso en 2030 para Colosio?

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