El pasado 20 de enero Joe Biden rindió protesta como Presidente de los Estados Unidos de América.
Su discurso es una obra acabada de comunicación política revela la opinión de J. Biden sobre el mundo contemporáneo y el rol que los Estados Unidos deben desempeñar ante los desafíos globales.
Es un discurso lleno de sinceridad, objetividad, buenos propósitos, profundamente conmovedor y cierto en las aristas de su atención.
Es un mensaje en donde quien detenta el poder debe asumir que se ejerce para construir unidad nacional y en no profundizar las divisiones.
Su candidatura demócrata se abrió paso triunfal dada una estrategia de negación de la realidad en Trump: la pandemia como el desafío vital de los estadounidenses.
Ahora debe demostrar que su experiencia de gobierno, le da diagnóstico de miras y capacidad resolutiva.
El núcleo multi polar de potencias mundiales en la que China y Rusia dan muestras de una guerra abierta por afianzar mercados (no sólo de vacunas) sino lealtades/inversiones transfronterizas, la pandemia COVID-19, la mayoría silenciosa trumpiana que quedó después de la elección presidencial de noviembre pasado, la marea de fake news, la agenda disputada entre partidos políticos, el uso político presidencial del sistema de inteligencia nacional, una economía mundial en recesión en medio de una pandemia que no cesa de renovar su ciclo de contagios y tragedias, la preeminencia de perfiles proclives a posiciones sumamente conservadoras y polarizadoras en la Suprema Corte de Justicia estadounidense, muestran una agenda de presente y futuro compleja y desafiante para la toma de decisiones a corto plazo.
Tres vectores han modificado pulso a pulso la era Trump desde las entrañas del sistema político electoral estadounidense: las redes sociales mostraron la desnudez de la política vacua antipandemia bajo la gestión de Trump, anulando progresivamente el efecto de la desinformación en torno a su gravedad y el uso manipulable para su campaña electoral; Biden comprendió el papel decisivo de no caer en el estilo combativo y confrontacional de Trump.
Será difícil desgranar el trumpismo en la sociedad estadounidense, más allá del pasado/futuro político de Trump.
Recuperemos algunos trazos potentes de Biden en su asunción:
Seguiremos adelante con celeridad y urgencia porque tenemos mucho que hacer en este invierno de peligros y posibilidades. Mucho que reparar, mucho que restaurar, mucho que sanar, mucho que construir y mucho que ganar.
Con unidad podemos hacer grandes cosas, cosas importantes. Podemos enmendar los errores, podemos dar buenos empleos a la gente, enseñar a nuestros hijos en colegios seguros. Podemos superar este virus mortal, recompensar el trabajo, reconstruir la clase media, asegurar la asistencia sanitaria para todos, garantizar la justicia racial y convertir de nuevo a Estados Unidos en la principal fuerza del bien en el mundo.
Sé que hablar de unidad puede sonar un poco ridículo hoy en día. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales. Pero también sé que no son nuevas. Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos hemos sido creados iguales, y la fea y dura realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización llevan mucho tiempo separándonos. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada.
Podemos vernos unos a otros no como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia; no hay progreso, solo ira agotadora. No hay nación, solo una situación de caos. Este es nuestro momento histórico de crisis y desafío. Y la unidad es el camino para avanzar. Y debemos enfrentarnos a este momento como los Estados Unidos de América.
Biden marcará una transición en el sistema presidencial estadounidense, ávido de un nuevo liderazgo generacional mundial para renovar el sueño americano, en el que el amasijo de poder y virtudes políticas de Kamala Harris, llevará la voz cantante.