Es la hora del Príncipe, decía Maquiavelo, aquél que domina la ocasión cuando se presenta y logra salvar o engrandecer a su patria.

La crisis COVID-19 es la ocasión que exige o necesita la transformación interna del Presidente AMLO.

López Obrador ya no pasa de largo ante errores y señalamientos sobre las fallas de su gabinete, las descalificaciones a los adversarios del pasado son menos constantes y ahora se centran sobre el fin del neoliberalismo, procura élites y alianzas a su proyecto dentro y fuera de México.

La crisis de salud pública por la emergencia mundial ha confirmado su real y más importante temor: la trayectoria de no crecimiento en la economía mexicana durante su gobierno entra en fase recesiva, se agudiza por la crisis mundial de los precios del petróleo, la contingencia sanitaria y las pésimas señales de corto plazo en el laberinto económico, de desolación y desempleo masivo en Estados Unidos de América.

Para sus adversarios y sus críticos interesados o francos -en las élites, la oposición artificial, la comunidad científica y la descalificación vía redes sociales-, la retórica y las decisiones del Presidente confirman sus peores pronósticos: “es insensible ante las consecuencias de la emergencia”, “el sexenio ha concluido” , “la 4T no tiene futuro”, “el Presidente está solo”, “no tiene estatura de Estadista”, “ya lo perdimos”, “el Presidente no entiende de economía”.

Más allá de las embestidas mediáticas y críticas, el Presidente AMLO sigue manteniendo una popularidad cercana al 60% y mantiene su credibilidad política y social.

El Presidente aparentemente pasivo ante la crítica, mantiene la intriga, la alimenta, seduce su impaciencia y potencia los hechizos de la rivalidad y las contradicciones que representan con su proyecto de nación.

No presta oídos a la audiencia que considera predecible y que desparrama en público su crítica mordaz, a quienes pretenden decirle lo que debe de hacer, cartas y manifiestos que le enlistan lo que supuestamente no ha sido capaz de comprender y decidir y que le presionan para que haga lo que le dictan experiencias ajenas: “pida un préstamo internacional”, “deje de pagar los intereses de la deuda externa”, “otorgue beneficios fiscales y financieros a micros y medianos empresarios mexicanos”.

Todas esas medidas, sin embargo, parecen los mejores paliativos ante una crisis mayor como la actual.

Las consecuencias de la crisis económica y COVID-19 presenta ya efectos desesperanzadores en los hogares más modestos y pobres del país, familias y comunidades a quienes los empresarios mexicanos no regresan a mirar y que son más de un tercio del país que no tienen recursos suficientes para cubrir su canasta básica alimentaria.

El Presidente sabe que en ese terreno no desean gravitar los empresarios, quienes han enfatizado su auto protección y demandan exención de impuestos. Por ello la visión presidencial es la correcta al centrarse en quienes más infortunio y adversidad enfrentan:

“(En tanto) casi siete de cada 10 mexicanos que trabajan son auto empleados, laboran en pequeños changarros o en empresas pequeñas, (y que) la abrumadora mayoría de las personas no está en la nómina del gobierno o de una empresa mediana o grande, o en un negocio que evade o no paga impuestos (...) una suspensión de pago de impuestos como pide la iniciativa privada, significa en la práctica una transferencia de recursos de los siete que trabajan en el sector precario a los tres del sector formal, (por eso puede ser lo más prudente y acertada la decisión presidencial, su) obsesión por mejorar la condición de los de abajo, sin violentar el orden social o la propiedad privada ” (Jorge Zepeda Patterson, “¿En qué país vive López Obrador”, El País, 8 de abril de 2020).

El Presidente AMLO no es un hombre que navegue en la política con el canto de las sirenas y ve como los indicadores de inestabilidad fiscal, financiera y económica se empiezan a cimbrar. ¿Qué decisiones serán suficientes para evitar una arena movediza generalizada?

Mientras se desgrana la génesis geopolítica y científica del COVID-19, es advertible que AMLO ha girado en su mapa de decisiones y convicciones, sin dejar de actuar.

Dió a su Canciller Ebrard el control político e internacional de la operación gubernamental anti crisis sanitaria, dosifica a través de López Gatell los temores sociales de que enfrentaremos nuestro peor pico pandémico trágico en mayo, mantiene interlocución posible con gobernadores, vigoriza apoyos económicos a segmentos pobres vulnerables, acuerda con el Presidente Trump una negociación favorable a México entre potencias petroleras, logra abastecer de dispositivos hospitalarios estadounidenses a México, y estrecha con China y Cuba la diplomacia médico comercial que impone la circunstancia.

Cada una de esas decisiones políticas sugieren que el Presidente AMLO quiere despejar riesgos inmediatos, pero hay varios desafíos vitales para su gobierno: la capacidad de la gente y los gobiernos federal y locales de mantener el cumplimiento de la sana distancia, el confinamiento y la prevención social extrema; saber acompañar a hogares vulnerables a escala local durante los meses de la crisis, con estrategias diferenciadas e integrales; el desarrollo de un sistema de atención humanitaria multidisciplinar para migrantes; evitar el colapso del sistema hospitalario y bio socio médico mexicanos en plena crisis pandémica.

A mediano plazo, la reactivación económica gradual de México dependiente de EUA y de China y la valoración del Nuevo Plan Verde Global de Rifkin en su política económica y energética.

“Nos enfrentamos a nuestra propia extinción, nos dice Rifkin: el fin de la civilización de los combustibles fósiles (energía nuclear, petróleo, carbón, gas natural), con miles de millones de dólares en sus activos perdidos, con derechos de exploración que permanecerán sin usarse, hidrocarburos que no serán extraídos, tuberías abandonadas, centrales eléctricas sin usar (...) Esa civilización es sustituida por una nueva economía basada en energía solar, eólica y digital. Estamos ante la Tercera Revolución Industrial -horizontal, abierta y distributiva-. Los gobiernos centrales deben impulsar la revolución verde, la revolución industrial del siglo XXI, impulsando fondos de inversión de largo plazo, ayudando a que cada región establezca sus bancos verdes y cooperativos que lleven a cabo proyectos de infraestructura”. Rifkin, J., El Green New Deal Global, Paidós, 336p., 2019.

Y finalmente, de ser más profunda la depresión económica en el país, será decisivo que decida la planificación democrática de una Nueva Economía Presidencial o impulse un Decreto Presidencial 2020 del Jubileo Mexicano, la amnistía sobre las deudas personales de los mexicanos, una forma de decisión soberana presidencial para que la crisis no haga un daño irreparable a la sociedad y a la economía, particularmente en hogares modestos de empleadas y empleados temporales, informales, asalariados y consumidores.

El nuevo valor realista de bonos, acciones e inversiones en México dependerá, como en el periodo de la Gran Depresión de 1929, de la reinvención del papel del Estado y por su peso específico de la economía mexicana, de las decisiones presidenciales radicales en política económica y política social.

El Decreto Jubileo de cancelación de deudas personales -no comerciales-, permitiría de raíz al gobierno federal e iniciativa privada, nacional y extranjera con inversiones en México en los últimos 14 años en la esfera de deudas contraídas (rentas y préstamos), detonar una medida de justicia radical, redistributiva y eminente para ciudadanos y familias mexicanas.

La amnistía mexicana de deudas se daría en un momento en que los préstamos de automóviles, tarjetas y créditos entraron a ciclos de impago generalizados e imposibles, un fenómeno global que también nos es inherente. Y si así lo son, se vuelven ciclos basura y de quiebra para involucrados, sin interés y beneficio para el país.

También cobraría decisiva importancia dicha medida presidencial anti recesión y anti depresión económica y social en la falta de acceso a atención médica, carencia de licencia por enfermedad remunerada, pérdida súbita de ingresos y empleo, pocas opciones para trabajar un turno incluso si no se sienten bien, prestación de atención médica gratuita universal, protección laboral para quienes se auto aislen, desgravación fiscal para empresas, fondos de rescates para familias y sectores que como en el caso mexicano dependen de la vitalidad del petróleo, la industria, el comercio formal e informal, micronegocios, turismo y remesas.

No olvidar los efectos nocivos sobre familias migrantes así como en la solvencia de compañías aéreas, de entretenimiento, hoteles, empresas minoristas.

De implementarse el jubileo presidencial, podría dar cabida a un Consejo Social y Económico de la República (https://www.eluniversal.com.mx/opinion/pedro-isnardo-de-la-cruz/el-consejo-social-y-economico-de-la-republica), instancia de recomendaciones estratégicas del Presidente, cercana a la Secretaría de Hacienda, Secretarías de la Función Pública y del Secretaría del Bienestar Social, profesionales de la economía del país con redes y experiencia anti crisis y de lo social, expertos en trabajo comunitario, que diseñen, auditen y operen el aprovisionamiento de los recursos, transferencias y sistemas de servicios-atención que deben tener garantizado para afrontar el ciclo de crisis pandémica.

Los efectos de la crisis pandémica mundial son civilizatorios, de largo plazo y contraerán nuevas desigualdades. La misión del Estado y la Presidencia debe transformar a fondo el modelo de desarrollo, dado un mundo que exige capacidad y calidad de gestión pública en respuestas locales y relaciones sociales más resilientes y humanitarias.

En su Discursos, Maquiavelo escribió que “donde se delibera del todo sobre la salud de la patria...hay que seguir por completo la determinación que le salve la vida y la mantenga en libertad”.

El giro prudencial en la transformación del Presidente AMLO será más afortunado si su pulso de decisiones sobre los costos de las crisis inherentes a la pandémica, evitan abrumar las condiciones de vida, siendo el Estado nación la fuente de nuevo aliento para proyectos de la mayoría de la gente.

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