Mientras la pandemia COVID-19 cierra y abre sus compuertas de enfermedad y muerte en las naciones, el acontecimiento silencioso que se abre paso ante los ojos de las sociedades es la búsqueda de consagración por China como superpotencia mundial.
China, una cultura de más de 4 mil años de antigüedad, con más de 1300 millones de personas, transformó una sociedad predominantemente pobre en la segunda economía mundial más grande, ha colocado personas en el espacio, ha derribado satélites con misiles.
Desde la última década, avanza en modificar paulatinamente el dólar como moneda hegemónica de transacción comercial, financiera y crediticia, nicho causal de disputa y renovación con EUA de influencias, alianzas y nuevos conflictos entre ambas potencias.
La fuerza abrumadora de China, calibrada desde su sistema político comunista, quedó exhibida en el tratamiento eficaz de la crisis COVID-19 en sus propias fronteras. La propia OMS ha elogiado su gestión de la crisis.
El presidente Richard Nixon legó síntesis de la estrategia pragmática en la que decidió que no debía EUA confrontarse con China, sino orquestar piezas para una posición alternativa a la potencia oriental emergente, si no jugaba de acuerdo con las reglas de una nación global.
El atentado terrorista de 2001, la crisis financiera del 2008, la crisis del cambio climático, la elección de Trump con patrocinio ruso, la pandemia COVID-19, la crisis del mercado del petróleo, la recesión económica mundial, muestran que el liderazgo de la Presidencia y de la economía estadounidense no puede mantener a sus conflictos y los riesgos fuera de Estados Unidos.
En efecto, el régimen liberal financiero y comercial con hegemonía estadounidense y europea ha entrado en una fase de implosión y desde hace más de una década y media, no logran construir un modelo estable para el mundo que resista crisis, que permita resolver las deudas impagables de las naciones y que construya gobernanza para construir oportunidades y atender nuevos riesgos para comunidades, familias y trabajadores.
Lee Kuan Yew, artífice de la modernización de Singapur y respetado diplomático en el orbe, hace menos de una década argumentó que “el tamaño del desplazamiento de China del equilibrio mundial es tal que el mundo debe encontrar un nuevo equilibrio. No es posible pretender que este es solo otro gran jugador. China es el jugador más grande de la historia del mundo”.
COVID-19 es una crisis convertida en oportunidad de expansión silenciosa de dominación por China: resurgimiento económico a pesar de haber mantenido más de dos meses en cuarentena a más 40 millones de personas, diplomacia médica comercial con el mundo: más inversión, comercio y préstamo con sello y moneda oriental en negocios, transacciones y hogares ávidos de productos de autoprotección, empleos e insumos productivos para superar el shock mundial de la crisis pandémica.
Mientras la aspiración antiquísima de China es disputar a EUA su hegemonía mundial, los estadounidenses cuentan con una armada fuerte, arsenal nuclear sin par y una fuerte influencia en el manejo de las finanzas, mercados de futuro, negocios y transacciones internacionales, frente a la influencia aún menor en estas escalas del Banco de Fomento Chino.
Pero Trump o EUA debe modificar las bases de su liderazgo interno y externo frente a la crisis COVID-19, tal como lo expresó Henry Kissinger, el ex consejero del propio Nixon, en abril pasado:
“En un país dividido, es necesario un Gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales”.
Por ahora, importa que las naciones puedan recobrar capacidad de gestión y control de sus sistemas de salud para inmunizar a sus sociedades, detener las debilidades de infraestructura, personal y equipo biomédico, parar la hemorragia de muertes masivas o focalizadas por COVID-19.
También es vital la cooperación con la comunidad científica mundial para encontrar tratamiento eficaz o vacunas en el más corto plazo.
Justo cuando se presenten las pruebas de si China, USA u otro gobierno tuvo la autoría de perpetrar y cómo esparció el COVID-19, Rusia y países influyentes podrían jugar un papel clave en que haya rendición de cuentas a la humanidad por las consecuencias que sigue causando esta trágica y perturbadora pandemia, ya que dado lo que ha sido puesto en riesgo para las sociedades, sólo ello sería el principio de confianza y credibilidad para saber qué nación o naciones merecen gobernar o cogobernar nuestro siglo XXI.