El retiro de Estados Unidos del liderazgo global y sus principales socios, ha traído consigo una difuminación del orden unipolar en el que nos encontrábamos.

Ello se ha traducido en un orden internacional más conflictivo y no más cooperativo, lo que a la postre ha devenido en un orbe más insostenible.

Como se ha visto Estados Unidos y sus socios ya no pueden dotar de recursos, inversión y seguridad a sus Estados aliados y clientes, ni exigir una corresponsabilidad.

A su vez, conforme se acrecienta la crisis política interna estadounidense: de hecho cada vez que tiene que dotar de recursos hacia afuera, crece el malestar interno.

Por supuesto China podría hacerlo, sin embargo, al hacerlo aumenta la percepción de que es una amenaza para la potencia mundial estadounidense y con ello, los tambores de guerra resuenan.

Entonces no hay consenso sobre cómo es posible pensar el tema del liderazgo internacional y menos aún, capacidad para desempeñar un papel de liderazgo mundial.

En esta ecuación no podemos dejar fuera a Rusia y el desarrollo de su complejo bélico consolidando su proclividad para escalar conflictos.

No olvidemos que Estados Unidos se encuentra inmerso en un proceso electoral presidencial y que sus dos candidatos primordiales representan precisamente dos estilos y proyectos o formas radicalmente distintas de ejercer el liderazgo internacional.

Como subraya Joseph Nye, el “poder duro” es transaccional y en el caso del “poder blando”, es transicional.

En esa tesitura, Biden tendría que ser un paladín del poder suave, pero en realidad hemos visto cómo bajo su Presidencia se multiplican los conflictos y enfrentamientos bélicos, en los que la mano de EU ha estado detrás e incluso de manera protagónica.

Paradójicamente, con Donald Trump, se redujo sustancialmente la capacidad de influencia estadounidense y disminuyó notablemente su capacidad bélica.

La polémica persiste y no es claro si tendremos un mesianismo de alcance limitado o de neoaislacionismo estadounidense.

Para diversos autores tradicionales, los países occidentales están muy enfocados en paradigmas estáticos/perimetrales, pretendiendo establecer líneas a la vieja usanza.

Por ejemplo, vemos a la OTAN que busca expandirse hacia Oriente y a Israel con la pretensión de extender su territorio en la región, y como han planteado Carlos Ballesteros y Roberto Zepeda en la UNAM, se advierte el desconcierto global y a su vez el crecimiento de regiones y potencias intermedias.

Aquí, destacamos a México con Claudia Sheinbaum, quien ha sub- rayado que se mantendrá una línea de respeto y cooperación con Estados Unidos, desde un principio de relación entre iguales.

Vemos cómo diversas naciones, entre ellas Francia y Estados Unidos, padecen de intolerancia al ver que se rechazan sus imposturas y sesgos propios de potencias clásicas coloniales. Debemos, pues, reconceptualizar las visiones tradicionales del liderazgo, la soberanía y la geopolítica.

Turquía e Irán han cobrado decisiva influencia en Medio Oriente, mientras las diplomacias del Sur son cada vez más convergentes y organizadas.

China y naciones como México desarrollan mecanismos sistémicos y ejercen alianzas temporales complejas, en ejercicios de liderazgo no unidireccionales, centrados en la confianza mutua y la cooperación en el nuevo juego de poder internacional.

Suscribete: Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS