“Nosotros, inmensamente derrotados por la mar”

Los Persas, Esquilo.

Tenemos a un Estados Unidos de América y a su titular en la Presidencia que constantemente se ve obligado a tomar partido, y por lo tanto, no se puede presentar a sí mismo con mayor eficacia, como cabeza de Estado de EUA y a la vez como líder mundial.

Ello se comprueba a escala interna y a escala internacional.

A escala interna, visible con la fuerte división y polarización entre demócratas y republicanos que han malogrado los intentos del presidente Biden de contar con algunos aliados republicanos, lo que siempre se había dado en aras de la gobernabilidad, al existir siempre elementos cooperativos del partido contrario (techos de deuda, resoluciones de interés nacional), apoyándose las causas de la Presidencia en turno.

Sin embargo ahora, en una situación sin precedentes, vemos primero que el ala dura del partido republicano desconoce y quita al líder de la Cámara de Representantes Kevin McCarthy con el auspicio del expresidente Trump.

“Mantener el gobierno funcionando y pagar a nuestras tropas fue la decisión correcta. Mantengo esa decisión y, al final del día, si tengo que perder mi trabajo por eso, que así sea” comentó McCarthy y fue despedido por 216-210 votos, con el apoyo demócrata al ala dura republicana.

Siguen infructuosos hasta ahora para que se logre el consenso de nombrar a un nuevo líder del poder legislativo de EUA.

Esto ha obligado al presidente Biden a asumirse como un jefe de una camarilla hacia dentro y no como un líder nacional aglutinador.

En el plano internacional sucede algo parecido.

Es el caso del apoyo irrestricto (“incondicional e inquebrantable”) del presidente Biden a Israel, y con ello, a sólo uno de los bandos involucrados en el conflicto israelí-Hamas-Palestina.

En efecto, Biden se muestra encapsulado al optar por el bando más ultraconservador, ultranacionalista, más radical antiárabe encarnado por Netanyahu, sector no cohesionado dentro del propio Israel, en la comunidad judía y a su vez, dentro de EUA.

Las mesas de negociación convocadas por EUA -como en su momento en el caso de la guerra ruso-ucrania en la que no fue invitada la Federación Rusa-, y en medio de la deleznable y trágica destrucción del hospital árabe Al-Ahli el martes pasado por la noche en Gaza, mostró que carece de la presencia de interlocutores/contraparte claves, anulando su posición privilegiada para acercar a los diferentes actores e intereses en conflicto.

No obstante, sabe que su alianza natural y activa con el gobierno israelí en el conflicto de Medio Oriente debilita su capacidad de incidir para ser actor en los esfuerzos de paz.

A nivel discursivo Biden ha subrayado a Israel, el dilema de su propia Presidencia, que a su vez corroe sus escenarios de liderazgo internacional: “Si usas los medios militares clásicos contra este tipo de ‘enemigos’, entonces no sólo no podrás erradicarlos, sino que te arriesgas a fortalecerlos”.

La debilidad política presidencial estadounidense queda aún más exhibida por las reuniones que han efectuado al mismo tiempo el presidente Putin y Xi Jinping, y los acercamientos de líderes árabes con rivales históricos como Irán y Arabia Saudita, logran salvar diferencias y actúan con agendas pragmáticas.

En su último mensaje a la nación, Biden anuda artificiosamente el conflicto ucraniano y el árabe-terrorista-palestino como parte de un mismo y equivalente desafío internacional para los intereses nacionales de EUA.

Consideramos que en realidad busca aprovechar la ocasión y con ello, lograr que se apruebe un mayor presupuesto federal de su país para mantener los objetivos y el apoyo estadounidense en la guerra ruso-ucraniana.

Es valioso asumir la importancia de cómo perciben los conflictos los actores que toman decisiones clave a escala global, pero el conflicto regional árabe palestino muestra la crudeza de una nueva realidad: el papel de los relaciones entre actores, organizaciones y las propias sociedades que viven, padecen y responden -desde su esfera local territorial-, a las adversidades del conflicto.

Se trata de movilizaciones populares, de hombres y mujeres que enfrentan y afrontan los conflictos y de quienes dependen cada vez más que las estrategias de solución y de paz funcionen.

La dimensión social, emocional, la palabra y la opinión de los actores sobre el terreno del conflicto, deviene cada vez más decisiva.

Sí, en la obra de Esquilo sobre Los Persas, “un solo actor juega al ajedrez con el destino” y su enseñanza es que la guerra siempre está cerca de nosotros.

Mientras se da dado por fin cabida a un corredor humanitario para que acceda un universo de camiones con alimentos, medicinas y agua en un paso fronterizo entre Egipto y Gaza, el gobierno israelí no opta por el alto al fuego y su ejército ha amenazado con intensificar los bombardeos.

Nadie debe engañarse de que las guerras y los conflictos y las consecuencias que ya atestiguamos, están o se mantendrán lejos de nuestras vidas.

Ante este escenario las decisiones supuestamente estratégicas de la Presidencia de EUA e Israel han tenido menos valor y eficacia.

Se trata de liderazgos atrapados en el paradigma de la guerra entre estados y coaliciones de estados/potencias mundiales.

Si se persiste en políticas facciosas, militaristas e intervencionistas, sólo veremos liderazgos que apuestan por la guerra, con ello es previsible que las crisis se agudizan y los conflictos políticos internos e internacionales, seguirán agravándose en sus consecuencias, crueldad e inhumanidad.

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