Pedro Isnardo de la Cruz y José Antonio Dorantes

Pobreza de vocación política y electores desencantados

Pedro Isnardo de la Cruz y José Antonio Dorantes
17/06/2024 |00:28
Pedro De la Cruz
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Quienes vieron con nitidez los acontecimientos políticos y las encuestas que encumbraron desde el inicio a Claudia Sheinbaum, sabían que su apabullante victoria estaría asociada a la popularidad del presidente AMLO, su arraigo en la gente que reconoce los nuevos beneficios de los programas sociales y una oposición desunida y sin líderes en quienes pudiese nuevamente confiar.

En efecto, después del 2 de junio la relevancia de la oposición en México cayó de forma dramática.

Una derrota contundente, la baja representación que alcanzó en las cámaras y dirigencias partidistas sin afán de competitividad, pero enfocadas en sus intereses particulares, derrumbaron la credibilidad de la coalición que acompañó a Xóchitl Gálvez.

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La campaña de Gálvez en realidad avivó la determinación de los electores cercanos a la 4T, e irónicamente, activó a los electores que desprecian la simulación y el clasismo opositor y a una generación de nuevos electores de clases medias y altas que no vieron con buenos ojos a la coalición partidista de la hidalguense.

Dante Delgado resultó el más eficaz dirigente opositor: recreó la influencia mediática de MC y de la “fosfo” campaña sin Samuel ni Mariana.

Con la postulación de Máynez logró depredar el voto más endeble de la coalición de Xóchitl y le dio el tiro de gracia desde el primer debate presidencial.

El balance muestra que 61% de los ciudadanos votaron en la elección presidencial y que  cerca del 40% de electores no participaron y se asumieron lejanos tanto de MORENA como de la oposición que se presumía alternativa.

Ese es el México en que habrán de navegar la presidenta Sheinbaum, legisladores y gobernadores electos, el de ciudadanos esperanzados por la economía de bienestar popular afianzado que la 4T ha impulsado (atrayendo incluso a electores de clase media que también ansían la estabilidad de sus ingresos), y el de una oposición condenada al secuestro de dirigentes expertos en el poder para sí mismas.

La oposición tal vez se regocija de los 16.5 millones de votos alcanzados con su candidata presidencial, pero la ausencia de liderazgos, de métodos de competencia internos y trayectorias opositoras genuinas de dimensión nacional, es un saldo negativo electoral que arrastra en las últimas elecciones presidenciales y que ahora canta su epitafio al PRD y desbanca sus mayorías calificadas prácticamente en ambas cámaras federales.

Entonces, con una oposición con mínima credibilidad y 40% de los electores sin entusiasmo para participar es necesario reactivar el interés de los ciudadanos por involucrarse en las decisiones públicas de la República.

¿Existe alguna estrategia que permita despertar el interés de los ciudadanos que no votaron recuperar un poco de confianza en la política nacional?

Algunas investigaciones recientes perfilan estrategias de comunicación que pueden ser útiles para la ciudadanía que no se llena los ojos de gobiernos hegemónicos y de partidos de oposición.

La más destacada se conoce como “pragmatismo equilibrado”.

Esta herramienta surgió en Estados Unidos a partir de una iniciativa para favorecer que los simpatizantes del Partido Demócrata pudieran evaluar con menos prejuicios y más apertura las acciones del Partido Republicano y viceversa.

Cuando un candidato demócrata usaba el pragmatismo equilibrado los simpatizantes republicanos sentían más respeto por él y se mostraban más dispuestos a conversar con él sobre sus propuestas. Lo mismo sucedía en sentido inverso.

La premisa básica del “pragmatismo equilibrado” es que los políticos sean capaces de recibir y equilibrar diferentes perspectivas, especialmente la de sus rivales en la lucha por el poder y luego las sinteticen en un enfoque “pragmático” (de sentido común, cercano a los intereses ciudadanos, sensibles al estado de la nación en sus esferas locales) para resolver problemas específicos.

Los resultados de los estudios muestran que los políticos que adoptan este enfoque y lo comunican con eficacia, son percibidos como personas con más moralidad y racionalidad.

Por eso, la táctica opositora de afirmar que estaban en condiciones de ganar o, al menos quedar muy cerca de MORENA, confirmó que la campaña de Xóchitl estuvo dispuesta a mentir (baja moralidad) además de equivocarse terriblemente en sus cálculos (baja racionalidad).

De este modo, un enfoque que ayude a elevar la percepción del público en esos dos criterios es un tema de supervivencia y a su vez de entereza para el futuro de toda fuerza y movimiento social y partidista.

Los estudios sobre el pragmatismo equilibrado muestran que los votantes evalúan favorablemente a los políticos que no se encierran solo en su perspectiva, sino que son capaces de integrar y balancear otras perspectivas, especialmente las de sus principales rivales.

También muestran que los votantes evalúan favorablemente a los políticos que no se quedan en discusiones abstractas, sino que son capaces de traducirlas a acciones prácticas.

El pragmatismo equilibrado puede ser la respuesta a la cuestión del abstencionismo electoral estructural más allá de la polarización, la diferencia entre un aumento del desencanto con la política así como del resurgimiento de una participación genuina más exigente y comprometida con sus gobernantes locales y federales.

La legitimidad, consistencia y triunfo abrumador de MORENA del 2024 sella la vitalidad de la 4T para un segundo y tercer sexenio presidencial más, por lo que para sus gobiernos y legisladores triunfantes, pero también para la ciudadanía y los partidos de oposición anti MORENA, el mensaje del resultado electoral es simple: ganarse a la ciudadanía exige legitimidad, confianza en el liderazgo gubernamental / legislativo, autenticidad en el arraigo y en la estructura partidista/ciudadana electoral que respalda las aspiraciones de gobernar.

Sí, debe darse el alma por el país (o siempre con Weber, políticos que vivan para la política de la República) y ejercer el equilibrio pragmático de la política, o condenarse a un destino político incierto.

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