Parece que estamos ante nuevos umbrales en la campaña presidencial estadounidense.

El atentado de ayer contra el expresidente Donald Trump y la campaña mediática nacional y dentro del Partido Demócrata presionando la renuncia de Biden a la candidatura presidencial, son dos acontecimientos extremos que pueden conducir a cinco escenarios hasta hace dos semanas imposibles e inesperados:

  1. En caso de que se confirmen ambos en la posesión de las candidaturas del Partido Demócrata y el Partido Republicano y a pesar de que uno de ellos gane la elección nacional por mayoría de votos, ninguno alcanzaría el tope para el triunfo en el ámbito decisivo donde se elige Presidente: 270 votos en el Colegio Electoral.
  2. Biden continúa profundizando la división en el Partido Demócrata y (acaso también por el atentado reciente y su manejo mediático resonante como víctima política) ofrecen un escenario inesperado de consolidación de Trump en sus posibilidades de triunfo en la elección nacional y en el Colegio Electoral.
  3. Biden, a pesar del continuum en su deterioro psicomediático, sostiene su candidatura con aplomo y logra ofrecer una competencia ganadora a Trump.
  4. Biden cede su posición y lidera la renovación de la candidatura del Partido Demócrata.

Regresemos a las fragilidades asociadas a la edad y la salud mental de Biden.

Aunque pueda parecerlo, este no es un problema nuevo para las campañas electorales en Estados Unidos.

Ya en 1984 cuando Reagan lucía fatigado por la intensidad de la campaña para reelegirse, muchos expresaron dudas sobre si su edad, 73 años, le permitiría vencer a Walter Mondale, el candidato demócrata 17 años más joven.

En ese momento buena parte de los cuestionamientos se disiparon cuando Reagan abordó con astucia una pregunta de los reporteros sobre si él mismo tenía dudas de sus habilidades para ser presidente.

El presidente Reagan respondió: “De ninguna manera. Y quiero que sepan que no voy a hacer de la edad un tema en esta campaña. No voy a sacar ventaja política de la juventud y falta de experiencia de mi oponente”.

Esta respuesta no solo mostró agilidad mental, sino que trasladó la atención justo al punto que dijo que no quería dirigirla: la falta de experiencia de Mondale.

40 años después el tema de la edad y habilidad del candidato presidencial resurge con fuerza.

El desconcierto y los errores que Biden mostró en declaraciones de alta importancia han generado que integrantes del Partido Demócrata, junto con donadores y recaudadores de fondos, pidan su renuncia.

Así lo han hecho figuras del espectáculo relevantes para la obtención de fondos como George Clooney o del medio empresarial como Abigail Disney, heredera de la fortuna Disney.

¿Todavía tiene Biden oportunidad de demostrar que puede ganar a Trump y gobernar con éxito por 4 años más?

Veamos qué dicen las investigaciones en ciencias cognitivas sobre este tema.

El principal problema que Biden enfrenta es que de manera natural tendemos a percibir a los adultos mayores como personas cálidas y cordiales, pero poco hábiles o competentes [Neffinger & Kohout (2013), Compelling People, The hidden qualities that makes us influential, Hudson Street Press, 2013].

Esta percepción se acentúa porque tendemos a interpretar signos aislados de debilitamiento físico o mental como muestras de una tendencia general de declive de sus habilidades.

Además, tendemos a descartar o dar menos importancia a los factores que muestran que la persona sigue teniendo un destacado repertorio de habilidades.

Finalmente, hay estudios que muestran que cuando se presenta un signo de deterioro físico o mental, opera en nuestra percepción una especie de “efecto precipicio” (cliff).

Debido a este “efecto precipicio” tendemos a pensar que, a partir de ahora, el deterioro se acelerará de forma imparable, aun cuando esto sea falso en la mayor parte de los casos.

Y ante los diversos momentos de desmoronamiento visible de Biden durante el primer debate televisado 2024, el golpe a la psique de electores estadounidenses, líderes y seguidores del Partido Demócrata, ha sido y se ha mantenido demoledor.

De entrada, se ha convertido en una especie de linchamiento mediático encarnizado, en el que el péndulo se desplaza al edadismo, al carnaval político de la caza del más mínimo rictus o amago de equivocación en el comportamiento, la movilidad corporal, la entereza gestual y la hilación de las ideas de Biden.

Parece que Biden está intentando ganar tiempo político haciendo lo que funcionó bien a Reagan en 1984, al enfocarse en las ventajas que le da su experiencia como mandatario y en las desventajas de su oponente.

Dado que la edad y la entereza de sus facultades mentales y su vitalidad política se ha convertido en un acontecimiento de profunda controversia y desencanto, tenemos un velo crítico de ignorancia sobre la capacidad de Biden (y de su círculo más íntimo de confianza y de intereses políticos), de engañarse a sí mismo(s) respecto a lo que acontece y las consecuencias políticas de sus decisiones.

Por ahora, ha buscado resaltar su experiencia frente a Trump al estar en la primera línea de atención de los principales conflictos mundiales por más de 11 años (8 como vicepresidente y 3 más como mandatario).

Sí, el esfuerzo personal de Biden y sus asesores se ha concentrado en mostrar su presencia, en mantenerse en pie, firme, intentando demostrar energía, evitando suspender su agenda de compromisos de campaña y de gobierno, en asuntos nacionales e internacionales.

El problema con ello es que crea una sobrecarga cognitiva que sería difícil de llevar hasta para un presidente que tuviese el mismo deterioro con 30 años menor.

Biden no parece tener la libertad de construir su discurso oral como lo hacía habitualmente, sino que tiene que hacer un esfuerzo de verificación de la conveniencia de cada palabra.

Intenta corregirse de sus errores y confusiones públicas, sin que pueda evitarse pensar que su desmoronamiento cognitivo se ha transformado en un precipicio psico mediático.

El círculo vicioso cognitivo se convierte prácticamente en cada aparición mediática, en una llaga política, dado que el mayor esfuerzo en no cometer errores conlleva a nuevas pifias.

Una vez que este círculo se ha desarrollado es difícil de romper.

Fuera del efecto psicomediático, el daño en la dimensión política a la candidatura de Biden sigue su curso:

¿Se obsesionará con sostenerse en la candidatura obligando a sus partidarios y liderazgos de su partido y candidatos demócratas a alinearse en su barco?

¿Cederá el paso a su vicepresidenta Kamala Harris?

¿Sus adversarios internos -que carecen de proyección, imagen y capital político nacional- decidirán disputarle la candidatura presidencial?

En la rueda de prensa del pasado jueves en la que él convocó a los reporteros de la Casa Blanca, Biden reconoció que había dejado de lado su promesa de campaña de 2020 de ser un “puente” hacia una nueva generación de demócratas:

“Lo que cambió fue la gravedad de la situación que heredé (de Trump)”, expresó Biden, además de no mencionar a su Vicepresidente Harris.

El giro de los acontecimientos.

No podemos omitir el atentado de ayer al ex presidente Donald Trump en el mitin de Butler, Pennsylvania.

Afortunadamente sólo resultó lesionado por la bala que le fue dirigida al herirle la parte superior de una de sus orejas.

Trump reaccionó con prudencia respecto al Servicio Secreto, a la reacción y protección post atentado que recibió y respecto a las familias de quien o quienes presuntamente materializaron el atentado.

Este acontecimiento evidencia que la polarización echó raíces como violencia política e ideológica inclemente y puede abrir sus fauces a una espiral de secesión civil electoral, en la que los propios candidatos son llamados también a ser los más visibles y solícitos protagonistas de sus perpetradores.

El efecto precipicio en Biden es silencioso, puede corroer toda tranquilidad aunque se deje dominar por el autoengaño y la persuasión de sus allegados, es acaso el peor de los enemigos de un gobernante porque habita en su intimidad psicopolítica.

El otro precipicio político lo acaba de padecer Trump en carne propia en la lucha descarnada por la presidencia estadounidense.

Pedro Isnardo De la Cruz es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Publicó en 2017 Decisiones estratégicas presidenciales en EUA: El aprovechamiento de la ocasión en crisis de Seguridad nacional y Terrorismo. George W. Bush y Barack Obama (2001-2012). Es especialista en temas de sistema político electoral y seguridad pública.

José Antonio Dorantes es consultor en comunicación, relaciones públicas y manejo de crisis, con especialidad en el desarrollo de mensajes para activar cambios de percepción en el ámbito político, el cuidado de la salud y las finanzas personales. Tiene una certificación en Digital Marketing por la Columbia Business School y una certificación en Leading Change in Organizations por el Massachusetts Institute of Technology.

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