No basta con saber que México es un país injusto y profundamente desigual. Hay que revisar nuestras teorías a la luz de cómo vive realmente la gente sus vidas, generar nuevos datos e iniciar, por medio del “razonamiento público”, un movimiento “por una cancha pareja”. Esto hacen Roberto Vélez Grajales y Luis Monroy-Gómez Franco con su libro que lleva por título esa metáfora futbolística.

Ante un auditorio lleno de estudiantes y docentes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro, Vélez Grajales expuso sus ideas, escuchó comentarios, recibió críticas y estableció un fructífero diálogo en esta universidad que sólo acepta a cuatro de cada diez jóvenes de nuevo ingreso y de quien aún desconocemos públicamente su origen socioeconómico y antecedente cultural o étnico.

Indagar esto es importante porque según Vélez y Monroy, “la propia estructura de acceso a la educación se constituye en un embudo de oportunidades para la población con mayor desventaja educativa de origen”. Esto causa que en México un joven proveniente de un hogar encabezado por adultos con estudios profesionales tenga 13 veces más probabilidades de cursar la educación superior que un joven cuyos padres no tuvieron la oportunidad de recibir este nivel de formación.

La educación, como bien dicen los autores, “se ha entendido como el principal vehículo de movilidad social” porque con un título (que en teoría refleja el conocimiento adquirido) podemos emplearnos más fácilmente. El mercado laboral, prosiguen Vélez y Monroy, “suele recompensar de mejor manera” a los trabajadores con niveles educativos más altos y esto se observa más claramente a partir de haber estudiado la preparatoria.

Este dato debería dar esperanza a los jóvenes y a sus familias, contrario a la creencia del “para qué estudias”. Además, muestra la importancia que tienen las universidades públicas en México para ampliar las oportunidades de jóvenes cuyo trayecto de vida ha sido construido con serias e involuntarias dificultades personales, familiares, culturales y económicas. ¿Cómo contrarrestar las desigualdades de origen de nuestros jóvenes? ¿Qué puede hacer la universidad para que las personas puedan, efectivamente, guiar sus vidas como ellas valoran y tienen “razón de valorar”?

En primer lugar, sí es importante aceptar a un mayor número de jóvenes aspirantes en la universidad pública y que los criterios de selección no los penalicen por su origen o género. La sociedad no podrá saber si una chica o muchacho es apto si no tiene la oportunidad real para demostrarlo.

Segundo, abrir espacios en las universidades no es suficiente. Incluso, puede haber “buenas intenciones que dañan a los más vulnerables” (Gottfired y Conchas), como construir campi en zonas alejadas sin las condiciones necesarias o crear universidades del “bienestar” que más bien causan malestar (Rodríguez). Para contrarrestar las “circunstancias”, es decir, aquellos factores que no dependen de nosotros ni de la agencia que individualmente poseemos pero que sí condicionan nuestros logros, podemos empezar por cultivar en los jóvenes el pensamiento científico, formarlos integralmente y no sólo para un trabajo, desplegar un trato digno dentro de las aulas y revisar las reglas de evaluación del aprendizaje. Nuestras clases diarias sí pueden contrarrestar la desigualdad al promover la agencia del joven y enseñarle, con el ejemplo, a ser consciente de sus capacidades y acciones meritorias en bien de los demás.

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