Interrumpo la serie de artículos sobre la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), para enfocarme en un tema relacionado que me asaltó recientemente. ¿Está perdiendo la academia la capacidad de criticar, es decir, de saber reconocer los méritos y limitaciones de los argumentos? ¿A qué grado el ambiente político y de división social que vivimos está determinando que no podamos expresarnos por cuidar la imagen y ser políticamente correctos? ¿Somos más propensos a usar falacias lógicas sin reconocerlo para querer ser populares?
Levanto estas preguntas a raíz de tres sucesos. Primero, un estudiante de mi curso de Teoría Social valoró los argumentos de un texto que leímos en clase sobre la relación entre cultura y desarrollo, pero dijo “dudar” del medio que lo publicaba.
Segundo, también en mi clase, quise iniciar la discusión de los diversos enfoques teóricos en materia sociológica revisando la noción de pseudociencia de Mario Bunge. Para ello, les puse a los estudiantes un video de una de las conferencias del epistemólogo. Nos llamó la atención su libertad y estilo directo para no dar nada por sentado, para cuestionar todo independientemente de si creemos o no en tal postura.
Con ello, les recordé a los jóvenes que “la verdad no se vota ni busca aplausos”. Que las y los académicos tendemos a ser impopulares porque a partir del análisis aprendemos a matizar, no a proferir certezas ni argumentos de grupo.
El tercer evento que me forzó a plantear la pregunta de este artículo fue hallar y leer dos piezas en el Subdosier de la revista Letras Libres sobre la crítica literaria. En la primera Cruz Flores, Antonio Villarruel y Christopher Domínguez abordan la pregunta de si la crítica de este tipo está “en crisis”. Cruz asienta y explica que esto puede deberse al “auge de la comunicación digital, que al mismo tiempo atomiza los discursos y nos hace pensar que entender y consumir son la misma cosa”.
El segundo aporte de la revista lleva como título La crítica en México: un quiebre generacional y está a cargo de Liliana Muñoz, Natalia Durand y María Olvera quienes también cuestionan lo que ocurre en las redes sociodigitales donde la “gente se ancla” a su propia verdad. El crítico literario, en cambio, dice Muñoz, es un “experto en su área” y puede fungir como un “hereje”, es decir, alguien que se aleja de los dogmas y del “paradigma dominante”, asienta Durand.
Hay entonces claras similitudes entre lo que puede ser un crítico literario con un crítico universitario o académico. En primer lugar, porque en las universidades enseñamos – espero- a no seguir dogmas, sino a verificar con datos, evidencia y razonamiento lógico los hechos de la realidad. Todo podemos poner en cuestionamiento. Segundo, tanto el literato como el académico buscan con su trabajo la originalidad, no la reiteración de creencias. El crítico hace preguntas que “incomodan” para mantener abierto el diálogo, reafirma María Olvera, una especialista en artes visuales.
La autonomía no sólo es un atributo constitucional de la universidad, sino una condición orgánica de la misma. Todas y todos la construimos con nuestro pensamiento y acciones. Habrá que seguir defendiéndola frente a cualquier gobierno, promover que la juventud piense por sí misma, reconozca lo valioso sobre lo superfluo y sea capaz de expresarlo libremente. El riesgo de lo contrario es latente.