Los impactos de la epidemia del Covid-19 en la economía de México ya son claros. Hay ganadores y hay perdedores.
Del lado de los ganadores, los consumidores se volcaron a las compras en línea y su consumo se enfocó a categorías de higiene y cuidado personal. El sector de ventas al menudeo ha tenido un auge, pero no se sabe si será duradero. Los eventos musicales, culturales, conferencias y talleres se ha multiplicado en el entorno virtual. El uso del teletrabajo y las teleclases están en boga.
Del lado de los perdedores, el turismo y los viajes colapsaron; las aerolíneas están sufriendo por sobrevivir. Aunque no hay estadísticas precisas, muchas micro y pequeñas empresas que manejan flujos de efectivo que “van al día”, como los restaurantes están cerrados y con muy pocas probabilidades de volver a abrir.
Al pensar en lo que viene después de la fase más crítica de la pandemia que está ocurriendo justo esta semana, hay quienes plantean una “nueva realidad”, pero los detalles en lo económico, en la política y en lo social son escasos.
En el otro extremo están los que mantienen que, a pesar de lo disruptivo de la pandemia, volveremos a una situación como la que vivíamos antes de la disrupción. Creo que la respuesta no la tiene nadie, pero lo que está claro es que esa nueva realidad la debemos diseñar. Y hoy tenemos la mejor oportunidad.
Algo que nos ha mostrado la pandemia es la fragilidad de las largas cadenas de suministro transfronterizo que nos permiten a nosotros como consumidores, comer frutas cultivadas por campesinos en países emergentes en el hemisferio sur del mundo.
Nos permiten comprar prendas diferentes de “fast fashion” (moda rápida) manufacturadas por mujeres bangladesís que ganan sueldos muy bajos. Nos permiten comprar el último modelo de teléfono celular cada seis meses manufacturados principalmente en China.
A las empresas les permite mantener inventarios de materias primas sumamente bajos con lo que mantiene sus costos fijos en niveles más bajos de lo normal. Todas estas cadenas de valor se dislocaron en menos de tres meses.
No sólo no fueron capaces de absorber los cambios drásticos de la demanda, sino que no han mostrado resiliencia para modificar la forma en que conducen las operaciones de producción, distribución y almacenamiento. Esto llama a reformular los modelos de negocio que considerábamos exitosos.
No sólo las empresas micro y pequeñas están lidiando con la crisis. Las grandes empresas como las aerolíneas están pidiendo onerosos rescates a los gobiernos y los acreedores, como el caso de Virgin, del prototípico emprendedor Richard Branson, quien incluso ofreció su isla como garantía al solicitar préstamos para inyectar dinero a su empresa y evitar el colapso financiero. Hoy tenemos la oportunidad de cambiar esos modelos de negocio.
¿Cómo pueden las empresas mexicanas continuar haciendo negocios? Colocando a las personas en el centro de las organizaciones. Por ejemplo, una reciente nota periodística destacaba el caso del dueño de un restaurante en Polanco, quien ante la falta de clientes y pagos de nómina qué afrontar, decidió que todos los ingresos serían destinados para el pago a los empleados antes de pagar otras deudas e incluso generar beneficios para él.
Las crisis potencian los cambios, pero esos cambios son generados por las personas. Durante el “corralito” argentino en 2001 que impedía a las personas retirar dinero de los bancos para consumir, destaco el caso del dueño de una empresa quién no pudo pagar las deudas y la remató; los empleados de dicha empresa en asamblea se la compraron, la reabrieron y la llevaron a números positivos.
De forma parecida, durante la crisis de 2008 en España, las empresas cooperativas crecieron más que el promedio de las empresas en general. En el país Vasco, Koldo Saratxaga, quien hace más de 15 años relanzara Irizar, una de las armadoras de autobuses más conocidas del mundo, ha defendido el tipo de organizaciones que tienen una amplia participación de los empleados en las decisiones que impactan en la operación y destino, así como en los beneficios.
Plantea que, sobre todo, una participación de los empleados en todos los niveles de una organización de tipo más plano tiene impactos positivos no sólo en la eficiencia de la operación, sino también en el bienestar de los empleados y en su sostenibilidad económica y ambiental.
Más allá de préstamos, rescates e inyecciones de capital, la solidaridad toma formas concretas de modelos de negocio. Seguiremos comentándolas.
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