En las dos entregas anteriores hemos hablado de los dos extremos del marco regulatorio y su relación con la innovación de productos, servicios y modelos de negocio.
Por un lado, mencionamos que la ausencia inicial de regulación permitió que pequeños emprendimientos ágiles fueran capaces de diseñar productos y servicios financieros y lanzarlos al mercado, no sólo en México, sino en otros países del mundo.
Por otro lado, mencionamos también que la relación entre regulación e innovación puede ser percibida como problemática porque de forma inherente, la regulación es incapaz de anticipar los nuevos productos que, por ejemplo, la industria fintech podría diseñar en el futuro.
También indicamos que el esquema regulativo normalmente se percibe desde los negocios como un corsé que se vuelve una barrera de entrada al mercado, al tiempo que puede inhibir el crecimiento de los negocios.
Entonces, cabe la pregunta: ¿Existe algún punto medio en el que se intersecten el objetivo del regulador de cuidar los intereses sociales más amplios y el objetivo del innovador que quiere crecer de manera rentable en el mercado? Ese punto medio asume en primer lugar la acción concertada del regulador y los jugadores en la industria fintech.
Ambas partes deben reconocer que la relación entre el riesgo para la sociedad y el desarrollo de nuevos productos se enfoque a cuidar ambos intereses. Un espacio que permita volcar las preocupaciones de ambas partes es lo que se denomina en inglés como sandbox, es decir, una caja de arena.
Similar a cuando los niños juegan en ese espacio confinado, en el que incluso los golpes son amortiguados por la arena, los emprendedores fintech y el regulador pueden diseñar esos espacios de prueba de productos y servicios de manera confinada y segura.
Las plataformas digitales con las que contamos actualmente permiten integrar muchos sistemas bancarios de manera muy rápida.
Empresas como Mambu ofrecen servicios que permiten implementar sistemas bancarios en cuestión de semanas en lugar de meses, como sucedía con la banca tradicional.
Con esto, los emprendedores pueden tener un espacio para diseñar incluso nuevos modelos de negocio, evaluar la respuesta del usuario, los riesgos tanto de manejo de información como sistémicos y proponer políticas de mitigación adecuadas.
Por ejemplo, si pensamos en una compañía fintech, como Kueski, que otorga préstamos persona a persona a usuarios que no cuentan con historial crediticio, la decisión del préstamo se da sobre la base de la antigüedad del correo electrónico o la velocidad con la que el solicitante captura la información en los formatos digitales.
De esta manera, la compañía puede hacerse de información crucial para decidir si le presta dinero a la persona.
Estas decisiones normalmente las toma un algoritmo —un programa de cómputo que aprende de los patrones de comportamiento de las personas que hemos comentado y toma la decisión sobre el préstamo.
Sin embargo, si el algoritmo está mal calibrado, es posible que se asignen préstamos a personas que no deberían recibirlo. Esto puede traer como consecuencia que el riesgo de falta de pago se incremente y lleve a la quiebra a la empresa.
Lo anterior bien puede ser probado en una plataforma de pruebas sandbox, en donde pueden plantearse escenarios de préstamo como en el caso anterior.
Esto permitiría experimentar con diferentes características del algoritmo que decide prestar el dinero, así como la respuesta de los usuarios.
Esto permitiría saber de antemano los niveles de riesgo financiero que puede afrontar la empresa y que el regulador puede aprobar.
México ha diseñado ya un esquema que permite probar modelos de negocio novedosos en entornos experimentales de tal forma que ese punto medio
tome vida.
Las compañías pueden tener acceso a dicho espacio para probar escenarios y tomar decisiones de negocio que, desde el punto de vista del regulador, no impacten negativamente a la sociedad.
Los espacios de experimentación digital en fintech si bien permiten plantear escenarios, requieren de la acción concertada del regulador y de las empresas, así como también de los tecnólogos, quienes diseñan las plataformas y calibran los algoritmos de acuerdo con los requerimientos del negocio.
De la mano con la Ley fintech que se promulgó en 2018, México cuenta con uno de los pocos sandbox para medir riesgos y tomar decisiones que impacten de manera positiva al país.
En la próxima entrega detallaremos la interesante forma de operación de dichas plataformas de prueba para productos financieros novedosos.
—Académico de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Anáhuac México Correo electrónico: pavel.reyes@anahuac.mx
Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL