El término economía colaborativa se acuñó hace más de diez años para identificar un tipo de intercambios que empezaron a salir de las tipologías económicas acostumbradas y que ya señalaban la emergente aparición de un nuevo tipo de economía.
Ya no se trata de intercambios puramente económicos entre empresas y consumidores, sino que el paradigma ahora incluye un conjunto único de características que cambian la forma tradicional de hacer negocios. En la economía colaborativa ya no se compran productos en los que tenemos propiedad de forma permanente, si no que accedemos temporalmente a ellos.
Un ejemplo de esto es la música. En la economía tradicional, la música se compraba por medio de discos compactos que cedían los derechos de reproducción al consumidor, pero ahora las compañías como Deezer permiten el acceso a las canciones en tanto se paga la suscripción al servicio de audio bajo demanda.
Ya no somos más los dueños de los discos compactos, que sólo quedan en el interés de algunos coleccionistas. Esto no se limita a intangibles, sino que también aplica a productos como automóviles.
El intercambio de valor ya no es puramente económico, sino que pueden intercambiarse productos o servicios (trueque) o intercambios sociales. Por ejemplo, hay aplicaciones que conectan a usuarios con excedente de comida o de prendas de vestir en buen estado con personas que requieren de alimentos o vestido.
Del mismo modo, personas que pueden tener tiempo libre y que muestran una orientación altruista pueden ser conectados con adultos mayores con necesidad de ser cuidados o que busquen compañía.
Unas de las características más importantes de la economía colaborativa es que la oferta y demanda de productos y servicios está mediada por plataformas digitales. La gran mayoría de aplicaciones que los consumidores mantienen en sus teléfonos móviles son plataformas digitales que tienen características interesantes.
Por ejemplo, Didi Food es una plataforma que conecta a mensajeros de última milla con personas que requieren de tener su comida de manera conveniente entregada en casa. Los negocios basados en plataformas han sido los más rentables en los últimos años dado que agregar un nuevo usuario cuesta prácticamente cero pesos y se obtiene un ingreso regular de ellos.
El rol de consumidor en la economía colaborativa ya no se circunscribe sólo a consumir, sino que también ese consumidor ahora también ofrece sus servicios. De aquí ha surgido el término ‘pro-sumidor’. Por ejemplo, un conductor de la compañía Beat que ofrece servicio de transporte bajo demanda en automóviles Tesla juega el rol de productor cuando está llevando a una persona a su destino, pero también puede volverse usuario de otra compañía como Uber.
Adicionalmente, ya no es sólo una persona quien puede ofrecer servicios, sino que ahora la multitud de consumidores puede ser parte de la oferta. Por ejemplo, la plataforma IMDB, que es parte de Amazon, alberga información sobre películas y series de televisión donde los usuarios son los generadores de dicha información.
La calificación sobre la preferencia de los contenidos se calcula a partir de la participación de la multitud. Lo mismo sucede con productos en tiendas en línea o con la reservación de alojamientos para vacaciones. Ya no es la marca quien genera la información, sino los mismos usuarios.
Las características de la economía colaborativa plantean implicaciones para la forma de hacer negocios.
Primero, es necesario considerar el papel ampliado del pro-sumidor, quien ya no es más una persona pasiva que sólo recibe información de las marcas, sino que se vuelve un participante activo en la producción y consumo de productos y servicios.
Segundo, es necesario entender que los usuarios de las plataformas ya no son dueños de productos, sino que sólo tienen acceso temporal a ellos. Es necesario entender si esto causa una mayor o menos satisfacción que los productos de la economía tradicional.
Tercero, los intercambios van más allá de lo económico y se relacionan con causas sociales e incluso con la propia identidad del pro-sumidor. Las empresas necesitan reevaluar las motivaciones detrás dicha complejidad de los intercambios porque ya no es sólo valor económico lo que se crea sino también valor social, como la creación de comunidad.
En resumen, las empresas necesidad encuadrar sus actuales ofertas de valor para identificar las oportunidades y amenazas para crecer en una economía dominada por el paradigma del acceso y la colaboración.
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