Mientras tanto su hijo, el futuro escritor, estudia el bachillerato en la Universidad de Ottawa en Canadá y en sus viajes a México, en las vacaciones, se enfrenta a dos mundos que definitivamente influyen en los intereses que desarrollará, el incipiente artista adolescente, a la postre, en su obra literaria. Por un lado al ambiente literario que imperaba en la familia de su madre debida a su tío abuelo el poeta don Enrique González Martínez y por el otro al del cine por su padre.
Salvador Elizondo, el escritor, comienza desde que está internado en colegio militar (1944-47) en California, a la edad de once años, la escritura de sus Diarios y al leerlos me percato de que la poesía, que fue una de sus más grandes pasiones, se hace presente y aparece reiteradamente en varias páginas del cuaderno de Diarios No.1. El niño Elizondo escribe:
“Dónde estará la gitana que en mis ratos de tristeza con su canto me alegraba”…
Al terminar la preparatoria en Canadá, el joven Elizondo regresa a México e intenta, mientras decide que carrera va a estudiar, trabajar con su papá en la producción de películas. Al joven le fascinan las mujeres y es un romántico perdido. Me contaba Salvador en nuestras pláticas, que entonces compró la revista Life donde en la portada aparecía una joven actriz italiana bellísima llamada Rossana Podestá, tan bella era que cuando despegó a la fama interpretó a Elena de Troya. Ilusionado le propone a su papá que la traiga a México. Su padre lo complace y efectivamente mi suegro contrata a la bella italiana para un par de películas: La red y otra que escapa a mi memoria. Salvador hijo trabaja como asistente de producción en la película La red… “¿Y qué pasó? -le pregunté-, ¿conquistaste a la bella italiana...? “Imposible -me contestó-, vino a México con su mamá que la cuidaba como perro guardián, no había manera”… (continuará)