A dos meses de regresar a trabajar al banco, tras salir del hospital, don Salvador Elizondo Pani recayó y en estado crítico de salud fue internado de nuevo, esta vez sin la esperanza de que se recuperara. Todos los parientes, su hermana Consuelo, sus sobrinos, su esposa, Ana, su hijo y yo, muy preocupados, esperábamos el fatal desenlace y permanecíamos en el hospital el mayor tiempo posible.

En cierto momento, todos sus familiares salieron a comer y me dejaron a mí para acompañarlo; su hijo, mientras tanto, daba su clase habitual en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y llegaría más tarde.

Me quedé con mi suegro a solas en el cuarto del hospital, siendo esta la primera vez que realmente me acerqué a él para hablarle de su hijo. Postrado en su cama, quizás apenado de que su nuera lo cuidara un rato, me pareció importante, a manera de despedida, de sincerarme con él. Le dije que yo amaba y admiraba mucho a su hijo, que para mí era un verdadero artista y un gran escritor, le dije además que le traía yo una buena noticia: “Su hijo acaba de ser electo como miembro de número de La Academia Mexicana de la Lengua, ocupando la silla que dejó vacante don Jaime Torres Bodet”.

Él me contestó con una gran sonrisa que le daba yo una gran alegría, al tiempo que rodaron dos lágrimas de sus ojos.

Al día siguiente, el 28 de septiembre de 1976, a la edad de 72 años, partió don Salvador Elizondo Pani al viaje sin retorno.

Yo realmente sabía muy poco entonces de quién fue mi suegro. Cuando estudiaba en el CUEC (Centro de Estudios Cinematográficos de la UNAM), el cine mexicano de los años 1930 a 1962, que hoy es ponderado como “La época del oro del cine nacional”, era considerado decadente y se le ignoraba, menos al cine de Luis Buñuel; nuestro interés se volcaba en el cine “Avangard”, gracias en cierta medida, al grupo de intelectuales que formaron el grupo “Nuevo Cine”, que publicó la revista (ídem Nuevo Cine) de crítica cinematográfica que exaltaba al nuevo cine europeo y revalorizaba el cine negro y de vaqueros de Hollywood, así como a estrellas icónicas como Marilyn Monroe o John Wayne.

Gracias a los archivos que custodio pude investigar y ahondar más en los pasos del self-made-man que fue mi suegro, para mí un visionario que logró mucho empezando por afrontar en su adolescencia una situación adversa por la pérdida de su padre que lo llevó a aventurarse a Nueva York, sin dinero, a los 17 años para forjarse un camino en la vida y trabajar primero como office-boy de un banco, aprender sobre negocios bursátiles, cultura general, inglés, francés y alemán, llegar a diplomático a los 32 años de edad, luego a formar los estudios cinematográficos CLASA y convertirse en una suerte de Cecil B. de Mille del cine mexicano, lo que cautivó mi atención y admiración y me llevó a contar la historia que hoy termino.

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