Entre 1945 y 1949, don Salvador Elizondo Pani, al frente de CLASA, extiende sus redes y se asocia en ambiciosas producciones internacionales con Francia, Italia y España, principalmente. Trae a México a actores como Gerard Phillipe, Michéle Morgan, Irasema Dilián, entre otros; produce películas de Luis Buñuel en México, mientras tanto, su hijo, el futuro escritor, se gradúa en el colegio militar, en el que ha permanecido cuatro años, con el rango de sargento.
De su experiencia en el colegio militar-naval, Salvador hijo, mi esposo, solía contarme la anécdota con vehemencia, la cual narrará en 1988 magistralmente en su novela Elsinore, un cuaderno.
Yo me preguntaba qué huella había dejado la experiencia del colegio militar en la personalidad y habilidades de Salvador hijo, ya adulto, convertido en escritor. Me parece que, a pesar de que él renegaba de que lo hubieran internado tantos años, comprendía que el haber aprendido inglés al grado de llegar a traducir las primeras páginas del Finnegans wake, de James Joyce, compensaba el sacrificio. Salvador hijo era muy ordenado con todas sus cosas, sí algo le movían de su lugar montaba en cólera. Era sumamente pulcro en su vestimenta, se cambiaba a diario de camisa y ropa interior; hasta el penúltimo día de su vida, todos los días bajaba al jardín por las mañanas a escribir, impecablemente peinado y rasurado. Era sumamente puntual para sus citas. Sus papeles los dejó en orden. Apuntaba en libretas de “cuentas” todo lo que ganaba y a sus 84 cuadernos de “Diarios” y sus 20 cuadernos de escritura (borradores) le puso un índice.
Era muy viril y valiente a pesar de ser de baja estatura. Yo lo vi varias veces pelearse a puñetazos por “honor” con hombres mucho más altos que él, a los que les ganó y les “sacó el mole”. Le gustaban los toros y el baseball, nunca nos perdimos por la televisión una Serie Mundial. Teníamos sendas manoplas de cuero profesionales y nos poníamos algunas tardes a jugar a catch the ball con pelotas profesionales.
Aprendió en el colegio militar a disparar con rifle y conservó toda su vida la afición del “tiro al blanco”. Tenía muy buena puntería y sentado en el corredor de nuestra casa en Coyoacán, por las tardes, a 50 metros de distancia aproximadamente, disparaba sus rifles de munciones y diábolos; durante el otoñó bajaba a tiros con sus rifles las semillas maduras de la jacaranda a las que les ponía la fecha. Conservo en una caja cientos de semillas fechadas por él… (continuará)