Con la industrialización del incipiente automóvil inventado por Benz, Henry Ford, un visionario del “progreso”, produjo el primer “automóvil del pueblo” en masa, creando la primera fábrica de automóviles, a precios accesibles, para la creciente clase media: el ya célebre coche Ford (llamado fordcito en México), liberando a la Gran Manzana, y a otras ciudades en desarrollo, de la caca de las bestias de carga. El motor de combustión trajo los camiones de carga y con la comercialización del acero empezó el “boom” de la construcción masiva en Nueva York, con la influencia del grupo de arquitectos de Chicago, de los rascacielos. Sin embargo, estos rascacielos, algunos maravillosos —como el edificio Chrysler o el Empire State Building en estilo Arte-Decó— hasta finales de los años 50, todos, funcionaban con ventilación natural.
Los arquitectos que a principios de los años 60 idearon los edificios cerrados, completamente herméticos, rodeados con cristales, eliminando la ventilación natural, que son las ventanas, para sustituirlas por ductos internos de ventilación —que al cabo del tiempo se contaminaron y convirtieron en focos de infección al propagar por los sucios ductos toda clase de bacterias y enfermedades— nunca imaginaron lo fatal que fue su innovación en tiempos de epidemias. (Continuará)