Continúo con la última parte de la entrevista que le hice a don Manuel Álvarez Bravo el 5 de febrero de 2001, cuando el maestro tenía 99 años de edad:
—¿Qué otros artistas influyeron en su formación?
—Pues la verdad es que, como soy tan aficionado, todo libro que salía de fotografía lo compraba, así es que me es muy difícil hacer una lista.
—¿A qué artistas admira más?
—Me es muy difícil decir quién porque la admiración no es algo que varía, que cambia, la admiración es una cosa de chispa y eso me pasa.
—A usted le gustan cosas muy trascendentales, profundas… ¿a quién podría mencionar en el campo de la literatura?
—Joyce, Dostoievski y éste, ¿cómo se llama?, el de El hombre sin cualidades... Musil; son los que más me gustan.
—¿Qué opina usted de la fotografía en color y de la fotografía computarizada de los nuevos medios?
—Creo que todo lo que hace el hombre es válido. La cuestión no es el procedimiento, sino el individuo; el individuo que maneja cualquier cosa, porque el hombre en sí mismo es una maravilla, y entonces, de esa maravilla, qué pueden salir sino maravillas.
—¿Entonces sí está de acuerdo con los avances tecnológicos?
—Desde luego que sí. Todo, todo es válido, todo lo que hace el hombre. Yo no sé por qué se habla de progreso, no hay progreso, hay un continuo renacer, un continuo movimiento, una continua creación.
—¿De qué carencias piensa que aún adolece la foto en México?
—Creo que falta desarrollar más interés por la fotografía de parte de la gente, del público, sí; y hacer más exposiciones, investigaciones, es decir, más actividad fotográfica.
—¿Algún comentario final?, ¿algún consejo a los jóvenes?
—Trabajar, esa es la única palabra que les puedo decir… trabajar, trabajar, muchas veces, si no la mayoría, gratis.
—Nos pasa a todos los fotógrafos…
—Pues no hay otro camino… ¡Qué remedio!
La entrevista concluye, a mi pesar. Colette, su mujer, quien tomó algunas fotografías, se acerca con un whisky en las rocas que invita a continuar la conversación con el maestro; a él se le antoja un whisky también, pero sus médicos se lo prohíben, sin embargo, cuando Colette sale del cuarto, hace una travesura y toma un sorbo del mío y me dice: “Extraño a veces beber... yo bebí bastante”. Colette regresa y se sienta con nosotros a platicar y, lamentablemente, como cuando no llevo la cámara y una escena se me escapa, la grabadora apagada no grabó la plática, sin embargo guardo en mi memoria las palabras de don Manuel, un maestro de maestros a quien tuve el privilegio de conocer. ¡Soy muy afortunada!