México ha sido muy importante para los fotógrafos en general, como ya he narrado a ustedes en mi recorrido personal de la historia y desarrollo de la fotografía a partir de ser descubierta en 1826 por Nicéphore Niécpe, a quien se le atribuye el inicio de la gran hazaña que cambiaría la visión del mundo. Fue importante desde mediados del siglo XIX, con la incursión a nuestro país de los fotógrafos pioneros, como el caso de Desiré Charnay, quien, entre otros, fotografió por primera vez hacia 1850, con muchas tribulaciones, las ruinas de Mitla en Oaxaca; pasando al principio del siglo XX con la llegada del fotógrafo alemán Hugo Brehme, quien abrió el primer estudio fotográfico profesional creando tarjetas postales de un México entrañable que se nos fue; o con la primera Historia Gráfica de la Revolución Mexicana, realizada por el mexicano Agustín Casasola hacia 1910. Entonces empezaban a sobresalir, como artistas de la lente, incipientes fotógrafos que comenzaron por estudiar pintura, que luego abandonaron para desviar su atención por la fotografía como expresión artística.

Llegan a México alrededor de 1920 grandes fotógrafos extranjeros, como Edward Weston, Paul Strand, Guillermo Kahlo, Tina Modotti, entre varios más. Éstos se relacionan con los artistas y fotógrafos mexicanos del momento y este intercambio cultural fue muy importante para los fotógrafos mexicanos ya que les abrió un panorama universal de los movimientos artísticos de otros países.

Es el caso de don Manuel Álvarez Bravo, considerado actualmente como el más importante artista del arte de la fotografía que ha dado México y cuya obra ha trascendido nuestras fronteras para llevarlo a un plano universal.

Su relación con los personajes de la cultura amén de su cultura personal y sensibilidad lo llevaron a ser considerado como uno de los más grandes fotógrafos del siglo XX. El Museo Arte Moderno de Nueva York adquirió algunas de sus fotografías en los años 60 para su colección permanente.

En los años 30 vino el gran cineasta ruso S.M. Eisenstein a México para realizar un documental o película titulada ¡Qué viva México!, que curiosamente nunca pudo editar, aunque sí se conocen muchos fragmentos de la inconclusa película. Su estadía fue importante; Manuel Álvarez Bravo entabló una relación amistosa con Einsenstein y también lo fotografió.

A pesar de que en la Ciudad de México las galerías y espacios para exponer obras de arte no abrían sus puertas a la fotografía como arte, ni tampoco las revistas y periódicos, en julio de 1945, La Sociedad de Arte Moderno dedicó su tercera exposición a Manuel Álvarez Bravo; para ello publicó un catálogo absolutamente extraordinario del que quedan muy pocos ejemplares y muy valiosos para los coleccionistas sobre el tema.

Adelanto a los lectores que seguiré hablando sobre este catálogo en mi siguiente entrega. (Continuará)

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