IV Juan Rulfo y el cine

Juan Rulfo llegó a acumular, según el recuento de la Fundación Rulfo, alrededor de 12 mil negativos en blanco y negro a lo largo de su vida. Siempre, hasta el final, tomó fotografías, fechadas entre 1948 y 1980, sin embargo, también coqueteó con el cine. La más interesante para mí es la película que antes mencioné, El despojo, un medio-metraje ambientado muy acorde con el espíritu de la literatura de Rulfo. Con guión e historia escrita por el propio Rulfo, dirigida por mi maestro, el también fotógrafo Antonio Reynoso.

Sorprendió Rulfo, en mancuerna con Rubén Gámez, a todos los jóvenes aspirantes a cineastas, muchos de los cuales, becados, habían estudiado en el I.D.E.C. ( Instituto de Estudios Cinematográficos de Cine, en Francia) y se ufanaban de sus conocimientos sobre cine adquiridos en Europa con teorías de vanguardia y nuevas visiones de cómo hacer cine. A mediados de los años 60 apareció la revista de crítica de cine titulada Nuevo Cine, que publicó un grupo de jóvenes críticos a su vez aspirantes a filmar su “ópera prima”. En esta revista, de la cual se publicaron 12 números, apareció un manifiesto contra la falta de oportunidades para nuevos cineastas. Culpaban a los sindicatos, a distribuidores y al gobierno de no permitir que nadie nuevo entrara a trabajar a la industria cinematográfica, por lo que el cine mexicano estaba acartonado por “los de siempre”, entonces considerados dinosaurios.

Por fin los sindicatos cinematográficos y el gobierno se dieron cuenta de que hacía falta una renovación en la industria del cine y abrieron su criterio por lo que se convocó al “Primer Concurso Nacional de Cine Experimental”. Concursaron un montón de películas “de autor”, todos se sentían genios y estaban convencidos de que ganarían. No fue así, ganó unánimamente la película La fórmula secreta, de Rubén Gámez, un “dinosaurio” que alquilaba luces, cámaras y equipo para el cine. La participación de Juan Rulfo en esta película con un texto extraordinario sobre la pobreza y leído con la profunda voz del poeta Jaime Sabines es una secuencia cinematográfica de gran fuerza que enchina el cuerpo. Las imágenes que consigue Gámez acompañando el texto de Rulfo, me parece, fueron definitivas para que ganara el primer lugar en contra de todo pronóstico.

Rulfo se acercó a la filmación de la película La escondida, de Roberto Gavaldón, tal vez invitado por el propio Gavaldón. Hizo un serie de fotografías, retratos muchos de ellos de María Félix y de otros personajes durante la filmación; sin embargo, no son, para mí, las más afortunadas fotografías de Rulfo porque son “puestas en escena” y carecen de la naturalidad de las otras fotos que hizo Rulfo durante sus viajes de manera espontánea, de la realidad que miraba en sus travesías por México.

Se han intentado dos o tres películas tratando de interpretar, a mi parecer de manera errática, a Pedro Páramo. Visualizar a Pedro Páramo es imposible porque este es un producto de la literatura, del lenguaje y de la imaginación que cada lector percibe ante el texto. Rulfo no se interpretó a sí mismo en sus fotografías, Rulfo se nutrió del paisaje mexicano que observó, que meditó y reflexionó para convertir, lo vivido y lo visto, en literatura pura, en escritura hecha de un lenguaje único y verdadero que ha llevado al libro a ser traducido a más de 60 idiomas, un texto universal hoy reconocido y admirado mundialmente.

Rulfo participó en otros guiones para el cine y su cuento “El gallo de oro” fue llevado a la pantalla con resultados mediocres. El gran Rulfo está en su literatura y en las imágenes que lo alimentaron para escribir sus textos.

En la foto: Juan Rulfo con su cámara durante la
filmación de El despojo en 1960. Fotografía
atribuida al fotógrafo Antonio Reynoso.

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