Paulina Lavista

Historias del sofá y el espejo (III). Ricardo Guerra nos visita

Los convocamos a una pequeña tertulia a la que más tarde se agregaron el poeta Eduardo Lizalde y su esposa

Historias del sofá y el espejo (III). Ricardo Guerra nos visita
06/04/2023 |02:20
Paulina Lavista
autor de OpiniónVer perfil

El riconcito que formaban el espejo, el sofá, la lámpara con pantalla de yute, los cuadros pictóricos y la colección de mariposas disecadas de Salvador son el escenario de las historias. La fotografía que hoy publico atestigua la visita a nuestro pequeño departamento en la colonia Hipódromo-Condensa del doctor en filosofía don Ricardo Guerra y su novia, Margarita (Magui) Moreno. Los convocamos a una pequeña tertulia a la que más tarde se agregaron el poeta Eduardo Lizalde y su esposa, quienes no aparecen en la fotografía.

Conocí a Ricardo Guerra como amigo de mis padres, solía ir a las reuniones musicales en mi casa, entre los años 1957-58. Era un hombre de izquierda calificado como un recalcitrante procomunista. Fue el primer filósofo que conocí. Sin proponérselo influyó en mi vida cuando estaba yo en plena pubertad. Mis padres habían caído en un momento económico difícil, ya que el cine nacional estaba en crisis y los salarios habían caído amén de que se habían gastado todos sus ahorros en comprar y renovar la casa que habitábamos. Terminaba yo la primaria en la escuela Two United Nations School (Dos Naciones Unidas), de donde me gradué con muy buenas calificaciones. Fui muy feliz en esa escuela y ahí aprendí todo lo poco que sé; como la escuela no tenía secundaria, había que buscar una nueva opción, así es que mis padres platicaron conmigo sobre su situación económica estando presente Ricardo Guerra, quién me explicó, con su pensamiento comunista, que las escuelas del gobierno eran el futuro de las sociedades ya que igualaban a todos los seres humanos, que en Rusia una casa como la nuestra era compartida por cinco familias más, etc., es decir, me aleccionó. Yo me sentí solidaria con la situación de mis padres y decidí inscribirme en la escuela de gobierno Secundaria No. 38 “Josefa Ortiz de Domínguez”, en avenida Coyoacán, para ahorrarles dinero. Después de un examen de admisión que pasé con excelencia obtuve un lugar en el turno diurno, a los que no pasaban el examen con buenas calificaciones les daban lugares en el turno nocturno.

La escuela de gobierno fue un fracaso para mí, sufrí mucho, extrañaba yo a mis compañeros y a los maestros que nos enseñaban inglés leyendo The Jungle Book, de Kipling, extrañaba los concursos de spelling y mil cosas más: a escondidas me iba de pinta para visitar mi antigua escuela. Se me hinchaban los ojos, no podía dormir y simplemente dejé de ir a la escuela de gobierno y me reprobaron por inasistencia escolar…

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Por esas fechas asistí con mi madre a la boda religiosa, en la iglesia de San Juan Bautista de Coyoacán, de Ricardo Guerra con la escritora Rosario Castellanos; 13 años después, separado o divorciado de Rosario, lo recibía yo en nuestra casa con su flamante novia.

Curiosamente, recién casados Rosario y Ricardo, le alquilaron a mi suegra su primer departamento por recomendación de su hijo Salvador; estaba ubicado en la calle de Perpetua, en la colonia San José Insurgentes.

Don Salvador, a propósito de esta velada, escribe:

Cuaderno de Diarios No. 26, páginas 205 y 206:

Domingo 25 de octubre de 1970. Estoy muy crudo y desvelado. Anoche vinieron Lizalde y Ricardo Guerra con sus mujeres. Bebimos mucho. Ricardo tiene una novia muy guapa y no deja ni siquiera que le dirijamos la palabra.

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