La fotografía que aparece como cabeza a esta primera historia es el hilo conductor para viajar en el tiempo y narrar a ustedes, visual y verbalmente, varias historias que sucedieron en el espacio que ocupan el sofá y el espejo de la fotografía. Gracias a la magia de la cámara fotográfica pude capturar algunos momentos significativos de lo que aconteció en ese cuarto donde el sofá y el espejo atestiguan, tal vez para la historia de la literatura mexicana, la veracidad de los hechos.

Salvador Elizondo y yo habíamos empezado nuestro noviazgo a finales de 1968, precisamente el 17 de diciembre, dos días antes de que él cumpliera 36 años de edad. Yo tenía entonces veintitrés años y medio, vivía como hija de familia en Coyoacán y trabajaba tiempo completo en la producción de la película Olimpiada en México, 1968.

Salvador estaba recién llegado a México después de una estancia larga en Europa. Se había divorciado de Michéle Albán, con quien había procreado dos hijas, cerca de 1965; después pasó por varios romances con mujeres mayores que él hasta que empezó nuestro idilio.

Nos hicimos novios, nos enamoramos y al cabo de un año decidimos vivir juntos.

Avisé a mis padres que me iba de casa un día antes de partir y francamente no les cayó en gracia, se preocuparon mucho: “¿Pero cómo qué te vas a ir a vivir a un departamentito en la colonia Hipódromo-Condesa con Salvador Elizondo, que te lleva 13 años de edad?”, me cuestionó mi padre. Le contesté que ni hablar, que estaba decidida y que sólo le pedía que me permitiera llevar algunos muebles de mi recámara.

Al día siguiente fui por una mudanza y cargué con mi cama, un pequeño secrétaire que fue de mi abuela, una lámpara de vidrio con pantalla de yute y un espejo biselado grande enmarcado en caoba (que aparecen en la fotografía).

Me instalé en el pequeño departamento en el edificio “Hipódromo”, de estilo arquitectónico ecléctico, localizado frente al Parque México, que consistía en una recámara, un baño, una cocina y dos cuartos comunicados entre sí, uno era el estudio-biblioteca del escritor y el otro fungía como sala-comedor.

A los pocos días era un escándalo lo que habíamos hecho y empezaron algunos amistades a llamar a mis padres por teléfono para advertirles del peligro que corría yo al lado de Elizondo, uno les dijo que nos auguraba menos de seis meses de duración y otros pensaban que me iba a destrozar y me iba a aplicar la tortura del Leng-tsé, como al chino de su novela Farabeuf. Se equivocaron porque con todo y sus bemoles permanecimos juntos 37 años. (Continuará)

Google News

TEMAS RELACIONADOS