Conté en la primera parte de este texto que, a principios de los años 70, Elisa Ramírez, entonces esposa del artista Francisco Toledo, solicitó mis servicios fotográficos para una sesión con el pintor y su familia. Esta vez, para acompañar mi escrito, seleccioné de la planilla de pruebas de dicha sesión una imagen inédita donde aparece Toledo con Elisa y su hija Laureana, precisamente el 12 de septiembre de 1972... hace nada menos que 47 años, cuando tenía yo 27 de edad... ¡Caray, cuánto tiempo y cuántas cosas han pasado ya!…
Toledo, nacido el 17 de julio de 1940, tenía entonces 32 años de edad. Era el más célebre de los pintores jóvenes, considerado como un gran artista, con una sensibilidad e imaginación extraordinarias. Curiosamente, a los pocos meses pude corroborarlo…
Como principiante, Elisa estaba muy entusiasmada en aprender. Después de dos o tres clases me dijo que iría unos días a Juchitán con Francisco, por lo que yo le aconsejé que tomara muchas fotos, como ejercicio, durante su viaje. La orienté sobre los rollos en blanco y negro que debía llevar, etc. Cuando regresó, revelamos las fotografías que había tomado en Juchitán y las pusimos sobre una mesa para analizarlas. Las fotografías de Elisa estaban bien tomadas y cumplían bien en cuanto a exposición y foco, sin embargo había entre todas una que llamó poderosamente mi atención por su belleza, por la luz, por la composición. Era la imagen de un cuarto de techo de palmas donde había unas hamacas colgantes bañadas por una luz mágica que se colaba entre las ramas, según recuerdo. Yo felicité a Elisa y le dije que ese era el camino, que, a mi juicio, debía seguir y que con esa imagen demostraba que tenía talento para la fotografía. Elisa me miró desangelada y me dijo que justamente esa foto la había tomado Francisco. No había duda, el ojo del artista obviamente se manifestó. Fue nuestra última clase, Elisa no volvió, y yo lo comprendí.
Solamente una vez tuve la suerte de que Toledo posara para mi cámara y salvo las breves frases que nos dirijimos en septiembre de 1972, durante la sesión fotográfica en su estudio de la colonia Roma, nunca volví a cruzar una sola palabra más con Toledo, pero sí con su obra.
Hacia 1974 llegó a nuestro departamento del Parque México una carpeta con aguafuertes del pintor oaxaqueño que envió la Galería Juan Martín con el fin de que Salvador Elizondo escribiera un ensayo crítico sobre la obra en aguafuerte de Toledo para el catálogo de una exposición pronta a inaugurarse en la galería de Juan Martín. La carpeta permaneció en casa durante varias semanas mientras Salvador escribía, lo que me permitió acercarme y deleitarme con la obra de este creador de arte.
Afortunadamente encontré el catálogo donde viene el texto que escribió Elizondo sobre Toledo, del que publicaré, junto con otra anécdota, algunos fragmentos en mi próxima entrega. (Continuará...)