Por ser el día 13 de diciembre la mala suerte me alcanzó y ya por terminar mi tercer texto sobre don Ernesto de la Peña accioné mal una tecla que me borró todo ya a punto de enviarlo para su publicación, dejándome solamente una hora y media para reescribir antes del cierre.
Retomo algo imposible que es repetir lo escrito, pero me animan a cumplir la misión la admiración por Ernesto y mi agradecimiento por todo lo que aprendí de él en mi juventud y por la alegría y goce que fue para mi padre la amistad con este sabio hombre.
Siempre me preguntaba yo cómo había podido Ernesto adquirir tanta sabiduría, conocer tantos idiomas, saber tanto de música, de literatura, de historia. Ernesto hablaba de todo con entusiasmo y muy poco de sí mismo, era parco y tímido en ese sentido y nunca hacia alarde de sus conocimientos.
El enigma se resolvió cuando realicé para TVUNAM, con la valiosa ayuda de su viuda, María Luisa Tavernier, un documental sobre la obra y vida de este singular personaje.
Mi asombro fue grande porque ante la adversidad de la vida, Ernesto surgió, para mí, como un héroe ante un destino del que pocos salen airosos.
Quedó huérfano antes de aprender a caminar, su madre murió dejando cuatro huérfanos (tres niños y una niña), su padre los abandonó y jamás se ocupó de sus hijos, me parece que Ernesto era el menor. El hermano de su madre acogió a los cuatro hermanos y con muchas dificultades económicas los sacó adelante. La niña, su hermana, fue la actriz Lourdes Canale, quién y tomó el apellido de su tío.
Resultó que el pequeño niño Ernesto aprendió a conocer el alfabeto griego antes que aprender a leer y a escribir en español ya que tenía a su alcance la biblioteca de sus tíos, que era muy variada y en varios idiomas. Ernesto aprendió de los libros y los libros fueron su pasión. Basta visitar su maravillosa biblioteca, que alberga CONDUMEX en la calle de Chimalistac, para quedarse uno atónito. Hay libros en sánscrito, griego, latín, francés español, ruso húngaro, inglés, italiano, etc. etc.
Ernesto de la Peña no fue Harvard ni a ninguna universidad, era a todas luces autodidacta.
Nunca viajó a Europa hasta ya viejo, trabajó desde muy joven como traductor oficial de la Secretaría de Relaciones Exteriores y traducía en muchos idiomas, lo que le dio más experiencia. Yo lo dejé de ver cuando me fui a vivir con Salvador Elizondo, hacia 1968, sin embargo, casi siempre que iba yo a visitar a mis padres estaba Ernesto de la Peña con ellos oyendo música o platicando animadamente.
En la próxima entrega de esta serie de textos sobre Ernesto de la Peña retomaré el tema de Wagner y las sesiones musicales de los años 60.
En esta ocasión publico una fotografía de mi padre niño disfrazado Lohengrin como adelanto al tema. (Continuará...)
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