Continúo la narración del viaje que emprendimos a Oaxaca en 1970 el entonces muy joven poeta David Huerta, su esposa, la escritora Vilma Fuentes, mi hermano, Mauricio Lavista, y yo al volante de mi Volkswagen, motivados por vivir eso que se entiende como la primera experiencia o impresión de algo desconocido o nunca visto que era la contemplación de un eclipse total de sol y visitar la ciudad de Oaxaca.

Todos éramos muy jóvenes, yo tenía 24 años de edad y era la mayor del grupo, David, Vilma y mi hermano tenían alrededor de 20 a 21. Otro de los atractivos del viaje a Oaxaca era muy importante para la joven pareja y para mi hermano: conocer Monte Albán, del que tanto hablábamos Salvador Elizondo y yo exaltados por el lugar mágico.

Llegamos hasta Miahuatlán desde la Ciudad de México muy tarde, hacia las 12 de la noche, con la novedad de que muchísima gente se había lanzado a ver el eclipse y naturalmente no había ningún tipo de hospedaje disponible. No nos quedó más remedio que pernoctar y medio dormir a campo traviesa y para colmo no encontramos nada abierto para comer algo. A la mañana siguiente, desmañados y con mucha hambre, lo único que encontramos para desayunar en un tendajón fue un frasco grande de cajeta y pan Bimbo. Después de tan desafortunado desayuno nos fuimos al centro del pueblo de Miahuatlán para esperar el gran acontecimiento. En la plaza principal, junto a la hermosa iglesia, se concentró la multitud de gente de diversa índole. Había cámaras de televisión, fotógrafos de prensa, gente armada con telescopios montados en tripiés, personajes estrafalarios, etc. Hacia mediodía empezaría el fenómeno. Llegado el momento tan esperado, poco a poco se empezó a nublar el cielo. Se sentía un nerviosismo en general en la gente que estábamos a la expectativa, los pájaros revoloteaban alrededor de la cúpula de la iglesia, el cielo se oscurecía como si fuera de noche y entonces el sol se cubrió con la sombra que le enviaba la tierra y durante tres minutos desconcertantes por la extraña oscuridad paulativamente regresó la luz del día y todo vuelvió a la normalidad. Y eso fue todo. Unos cuantos aplaudieron, otros, cabizbajos, se retiraron del lugar. Caray, pensé, tanto esfuerzo para tres minutos y 28 segundos de experiencia ¿valió la pena...?

Eclipse total de sol en Miahuatlán, Oaxaca, 1970. Foto: Paulina Lavista
Eclipse total de sol en Miahuatlán, Oaxaca, 1970. Foto: Paulina Lavista

Emprendimos la siguiente etapa de nuestro viaje y exhaustos nos dirigimos a la ciudad de Oaxaca, con la novedad, cuando llegamos, de que de no había un solo cuarto, según nuestro escaso presupuesto, para poder descansar. Finalmente, después de comer delicioso en el mercado, en una casona habilitada temporalmente como hotel encontramos albergue y ahí pudimos descansar.

Sin comentar mucho sobre la experiencia que tuvimos del eclipse al día siguiente continuamos con el itinerario de nuestro viaje y nos dirigimos a Monte Albán. Tomamos la carretera correspondiente y empezamos a subir son ansiedad. A mí me daba mucho gusto llevar a la joven pareja de literatos y a mi hermano, que parecían muy emocionados, a conocer uno de los mejores y más bellos lugares del mundo… (Continuará)

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