Entonces, cuando hurgo en el cajón y encuentro arrumbada una fotografía, como la que hoy público, me hace recordar un mundo lejano que se revela en mi memoria...
Los niños que teníamos seis años en 1951 descubríamos las novedades de la “modernidad”, que trajo la paz, con las apariciones, por ejemplo, de la pluma atómica (hoy bolígrafo), los aviones supersónicos (sin hélices), los supermercados. Mi padre hablaba con sus amigos del existencialismo, del comunismo, del nuevo sonido estereofónico, de los discos de “Long Playing” irrompibles. Nuestros héroes eran Superan y Tarzán y se hablaba de la inminente llegada de la televisión a la gran Ciudad de México, que llegaba a los cinco millones de habitantes.
Mi madre para mí, a esa edad, era un ser todopoderoso que con dulzura y calma todo me lo explicaba, siempre estaba de buen humor, nunca me pegaba o regañaba, además era muy hermosa. En las vacaciones solía llevar a la “pipiolera” (los niños y sus amiguitos) con todo y mi abuelita, nuestra nana Rosenda y el chofer a diferentes espectáculos y paseos: Al zoológico y al paseo en trenecito, al circo “Atayde”, y lo más importante, al cine a ver el estreno o reestreno, según el caso, de una película de Walt Dinsey.
En la fotografía estoy con mi amiguito Phillipe Bisson y estamos en el cine frente al anuncio de la película Alicia en el país de las maravillas; yo porto un suéter raro negro, esto porque en esa época aún no había telas sintéticas y todos los suéteres y abrigos eran de lana y no los soportaba porque me picaban, traigo puesto el suéter de mi abuelita, que era de hilaza de algodón y no picaba.
En una de esas idas al cine fuimos a ver Bambi. La película comienza con un hermoso venadito bebé que juguetea por el bosque con las mariposas descubriendo el mundo, su madre lo cuida y acompaña, de pronto se oyen unos disparos y la mamá de Bambi cae herida y muere dejando en el desamparo, en la profundidad de la noche oscura, al pobre venadito.
Para acentuar su dolor, Walt Disney nos oferta un close up del animalito, asaz tierno, donde de sus enormes ojos almendrados adornados por largas pestañas ruedan las lágrimas… entonces yo me solté llorando a voz en cuello, al grado que el público chifló y mi madre se vio obligada a llevarme al vestíbulo del cine, donde trató de calmarme; yo seguía berreando y ella me explicaba que eran dibujos animados, que no era cierto y yo le contestaba sollozando: “¡No importa, su mamá se murió y punto!”
Walt Disney me provocó una angustia innecesaria porque me advertía que ese ser maravilloso que era mi madre se podía morir dejándome en el desamparo en la mitad de la noche, un sentimiento que me acompañó durante mi niñez totalmente infundado porque mi madre murió en 2016, a la edad 100 años, afortunadamente… (Continuará)