Después de casi toda una vida dedicada a la diplomacia, a la creación de los Estudios C.L.A.S.A, a la producción de películas, empezando por ¡Vámonos con Pancho Villa!, participando como guionista en muchas de ellas, a diversos negocios, inclusive ranchitos, Salvador Elizondo Pani, el self-made man, fotógrafo aficionado y demás, hacia 1974, cuando ya era un hombre de edad avanzada, sus principales querencias eran su hijo, el escritor, quien trabajaba intensamente en su literatura, y sus dos únicas nietas: Mariana y Pía, entonces, porque a nuestro hijo Pablo Salvador, o sea, su tercer nieto, quien nació después de su muerte y no conoció, estoy segura que le hubiera dado mucho gusto saber de su existencia.

El primer viaje que hizo mi suegro con sus nietas fue para llevarlas a Disneylandia, el clásico que muchos abuelos hacen con sus nietos y no tendría nada de anecdótico si no fuera por lo gracioso que resultó por una confusión: Como mi suegro iba a viajar solo con las dos niñas pequeñas, Michéle Albán, su madre, primera esposa de Salvador, para facilitarle las cosas a don Salvador, fue a la tienda de ultramarinos donde le regalaron varias bolsas de papel que llevaban el logotipo de la tienda con el escudo y el nombre de ELIZONDO impreso; en cada bolsa puso la muda de ropa de cada niña por los tres días que pasarían en el viaje. Los empleados del hotel en Disneylandia, al percatarse de que las niñas llevaban su apellido en cada bolsa de su muda de ropa con el escudo y nombre de ELIZONDO, creyendo que eran de la realeza española, las tildaron de princesas llamándolas Your Royal Highness, al tiempo que las saludaban con una reverencia.

El segundo viaje fue más dramático y nada tuvo de gracioso. A principios de 1976, mi suegro llamó a su hijo por teléfono para decirle que le habían diagnosticado cirrosis hepática y que le quedaban seis meses de vida. Salvador sonrió incrédulo y le respondió que eso era imposible porque sabía que su papá nunca bebió más de una copa de alcohol en las reuniones sociales en toda su vida.

“¡El que debería tener cirrosis soy yo!”, exclamó el escritor.

A los pocos días decidió mi suegro, como un impulso de último aliento, invitar a su nieta mayor, Mariana, a Europa para celebrar sus 15 años de vida que se aproximaban, sin revelarle a Mariana su verdadero estado de salud. Don Salvador viajó sólo con la adolescente. Visitaron varios países, pero según me cuenta Mariana, ya estaba muy débil y en París se puso grave y tuvo que regresarse dejando a su nieta al cuidado de Rafael Segovia Albán, medio hermano de Mariana, quién en esos momentos vivía en París.

A su regreso a México, mi suegro fue internado grave en el hospital y ya lo daban por muerto, pero no fue así, don Salvador resistió y su fuerza lo llevó a reponerse, salió del hospital y tan campante regresó a su trabajo en el banco, donde fungía como gerente de asuntos internacionales… (Continuará)

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