A principios de los años 40 del siglo pasado don Salvador Elizondo Pani era el productor de cine más importante de México y de Latinoamérica; se le consideraba un zar de la industria cinematográfica comparable al Cecil B. de Mille de Hollywood. Se sabía que mi suegro era un hombre de carácter fuerte, decidido y de principios, capaz de meter a la cárcel a su propio hermano, a quien le había dado trabajo en CLASA, cuando descubrió que se robaba los rollos de película virgen para venderlos por fuera.
Me contaba su hijo, o sea mi esposo, que su papá, casado en segundas nupcias con la alemana Ana, se fue a vivir a un caserón en Tlalpan con su flamante esposa. Un día entró a la cocina y sentados a la mesa había 12 empleados comiendo y azorado le preguntó a Ana que quiénes eran y qué hacía cada uno. Ella le contestó que eran: el ama de llaves, el jardinero y su ayudante, la cocinera y su galopina, dos recamareras, dos choferes, el mozo, la lavandera y la niñera de su hijo. Al día siguiente quitó mi suegro la casa y se cambió a un departamento. “¡Nomás me faltaba mantener a una bola de huevones!” —exclamó entonces don Salvador.
Cuando mi suegro cumplió 70 años, le mandó una carta a su único hijo, mi esposo, el escritor, para contarle sobre su familia, de la cual extraigo algunos fragmentos para la historia que nos ocupa:
Carta de Salvador Elizondo Pani a su hijo sobre la familia (fragmentos)
“Don Blas Elizondo, mi abuelo paterno, fue un español natural de Pamplona, España. Un Navarro. Poco sé de él, salvo que se dedicó al comercio en Aguascalientes y que debe haber tenido inquietudes de tipo literario, pues era el poeta oficial de la ciudad y tú tienes en tu biblioteca un libro con la recopilación de sus poesías. Prueba de ello es el nombre que le puso a mi padre, pues fuera de Shakespeare, en el Romeo y Julieta, no sé de nadie más que lo haya usado. Esto era molesto, pues siempre que me preguntaban el nombre de mi padre, tenía que repetirlo, pues creían que bromeaba”... (continuará)