Nos quedamos, en mi artículo anterior, cuando en marzo de 1970 el grupo de jóvenes formado por David Huerta, su esposa, Vilma Fuentes, mi hermano Mauricio y yo subíamos hacia el centro arqueológico de Monte Albán, en Oaxaca. David estaba muy emocionado, sería esta su primera vez… llegamos dejando el Volkswagen bajo la sombra de un gran árbol que David, exaltado, miraba hacia su copa que una suave brisa mecía; luego caminamos y, asombrados, todos, nos encontramos frente a la amplitud de la gran meseta circundada por las espléndidas edificaciones.
Paseamos largo tiempo por el grandioso escenario hasta el atardecer, cuando aún las nuevas reglas (como las de hoy que, con agresión, invitan a la gente a salir antes de las cinco de la tarde), no se aplicaban, gracias a lo cual pudimos vivir emociones visuales extraordinarias al ponerse el sol, cuando la luz rasante de la tarde emitía sus últimos rayos… empezó entonces un incendio en la hojarasca seca, cerca de la pirámide más alta del centro arquitectónico, la bruma del humo produjo una bella y misteriosa sensación en aquel panorama espléndido. El incendio no pasó a mayores y salimos ya de noche para bajar a la ciudad de Oaxaca a cenar. Tuvimos otras experiencias notables, como la visita al milenario árbol del Tule. De ese viaje, David Huerta, el joven poeta, escribió un bello poema inspirado por el árbol que miró en Monte Albán mecerse ente sus ojos.
David Huerta y Vilma Fuentes fueron precoces, ya eran padres a los 20 años de edad de Tania, la única hija de ambos, tengo entendido. Con el tiempo, Vilma y David se separaron y desarrollaron una importante trayectoria cada uno en su ramo.
David fue un amigo de mi juventud, no lo frecuenté mucho, sin embargo, fui muy amiga de su hermana Andrea, por quien me iba yo enterando de sus logros literarios.
Él fue un poeta nato, hijo de Efraín Huerta, un gran poeta también, quien obviamente heredó a su hijo el germen de la poesía. No es el único caso en México, décadas atrás otro gran poeta, don Enrique González Martínez, hereda a su hijo Enrique González Rojo lo mismo, siendo padre e hijo, ambos, grandes poetas.
Para terminar, cuando se había desatado un gran alboroto por el regreso, después de varios años en el extranjero, de Octavio Paz, a quien conocí precisamente el 28 de mayo de1971, a pocos días de haber llegado, en un coctel que se daba en la sede de la Librería Universitaria en la colonia Roma en honor el joven poeta David Huerta que había recibido el Premio Diana Moreno Toscano a la promesa literaria.
David Huerta se convirtió con el tiempo en un poeta y escritor muy prolífico dejando una vasta obra con más de 20 libros de poesía publicados, más otros 10 en prosa; fue profesor universitario e impartió varios seminarios sobre el Siglo de Oro Español, además de ser colaborador por varios años de EL UNIVERSAL. Para mi fortuna compartí con él la publicación quincenal en sendas columnas durante años.