En el trayecto en taxi, hace algunas semanas hacia mi cuarta visita a Los Pinos, recordaba yo las circunstancias de cada una. Al llegar a la puerta principal, el coche se detuvo. Me bajé con mucha curiosidad con la idea de caminar libremente por el ahora llamado Centro Cultural Los Pinos, antes residencia oficial de varios presidentes; asistí yo en 1974 con Echeverría y en 1990 con Salinas. Pasé por el majestuoso portón de hierro pintado de color verde oscuro e ingresé a pie, a diferencia de las dos anteriores en las que entré con mi coche siguiendo las instrucciones del camino guiada por hombres del Estado Mayor, mientras pasaba por frondosos árboles y misteriosos edificios, hasta el valet parking.
Después de pasar la máquina detectora de metales y la revisión de mi bolsa por una mujer soldado, miré mi reloj. Había yo llegado con tiempo suficiente para pasear un poco y mirar de cerca los jardines antes de la conferencia sobre mi padre. Me senté en una banca deseando fumarme un cigarrillo, cosa imposible, pues está prohibido. Recordé entonces, mientras respiraba una bocanada de aire puro, mi tercera visita a Los Pinos:
Fue un día muy largo, memorable y difícil a la vez que fascinante en mi experiencia como fotógrafa. Resultó que fui invitada, especialmente, por la Oficina de Prensa de la Presidencia de la República a acompañar al presidente Carlos Salinas a su último Informe de Gobierno. Acepté con gusto, al fin y al cabo habían pasado ya seis años desde que lo fotografié cuando era candidato del PRI.
Me preparé con muchos rollos y decidí que las fotografías fueran todas a color. Contraté a una joven fotógrafa, que alguien me recomendó, como mi asistente, quien me era muy necesaria para ayudarme a cargar mi equipo fotográfico.
El día empezaba en Los Pinos a las 7:30 am. Después de encontrarme con mi asistente, quien se presentó a trabajar con tacón alto, lo que me pareció inadecuado por incómodo, llegamos en mi coche al estacionamiento del Estado Mayor, donde los periodistas dejábamos los automóviles y un autobús exclusivo para la prensa nos trasladaba, después de acreditarnos, hacia el interior para la primera parte del programa del día, que consistía en la despedida oficial de la familia Salinas de Los Pinos.
Frente a la fachada de la casa del Presidente había una cinta de contención, como las que hay en los bancos, tras la cual cientos de periodistas y fotógrafos esperaban a que la familia Salinas saliera a despedirse. La distancia que mediaba entre la barrera de detención y la escena a fotografiar ameritaba un telefoto por la lejanía, así que cambié mi lente normal por uno de alejamiento. En eso estaba yo cuando un hombre del Estado Mayor, vestido de negro, se acercó y me preguntó si yo era Paulina Lavista. Cuando corroboró que sí era yo, me dijo que le hiciera el favor de acompañarlo, de inmediato; cuando me di cuenta de la deferencia que me hacían, llamé a mi asistente, que no estaba junto a mí. El hombre me abrió el paso separándome del grupo de periodistas para conducirme justamente frente a la familia Salinas que ya salía; yo, angustiada, le dije al hombre que mi equipo, rollos y demás los traía mi asistente, que por favor la buscara, pues no había aún cargado la cámara... Pero nunca la encontró y desafortunadamente perdí una gran oportunidad fotográfica.
El presidente Salinas, al verme, se acercó a saludarme de mano y me dijo: “Paulina, que gusto volver a verla”. Yo tuve que sonreír y simular que le tomaba fotos... Pero no, mi cámara estaba vacía. Nunca me sentí peor que en ese momento haciendo “el oso” frente al Presidente de México.
La despedida de la familia Salinas fue breve y el día continuaba, según el programa, con el traslado al Palacio Legislativo en San Lázaro, donde el Presidente leería su último Informe de Gobierno. Frustrada y triste, aunque esperanzada de encontrar a mi asistente y recuperar mi equipo, me subí al camión de la prensa, donde tampoco la encontré. En el trayecto le conté a mi colega Héctor García mi tragedia y muy amable me regaló un rollo. En San Lázaro no había lugar para todos los periodista y no pude ni oír ni entrar al recinto donde el Presidente leía su Informe. En la sala de prensa, finalmente, me encontré con mi asistente y bastante enojada le pregunté en dónde se había metido cuando más la necesitaba. Me respondió que estaba platicando con alguien y que no se dio cuenta de nada.
Pude seguir el programa del día ya con mi equipo y la deficiente asistente que conseguí. Cuando terminó su Informe, el Presidente en un vehículo descapotado salió hacia Palacio Nacional. En las calles había mucha gente despidiéndolo con júbilo entre una lluvia de papelitos tricolor. Para poder capturar el recorrido y la reacción de la gente, en una especie de camión de redilas, también descapotado, que inventaron especialmente para los fotógrafos cuando vino el Papa a México en 1979, nos subimos un nutrido grupo de fotógrafos para seguirlo.
En el Palacio Nacional me permitieron estar junto al Presidente en la ceremonia de Salutación, que consistía (en pasado porque me parece que ya desapareció) en uno de los actos más crueles que jamás imaginé tendría que pasar un Presidente. En una inmensa y larga fila se formaban todos y cada uno de los funcionarios de su gobierno e invitados para saludarlo de mano. Eran por lo menos de 500 a 600 personas. En un cuarto contiguo, atrás del podium donde se paraba el Presidente para saludar a los cientos de personas, tras unas elegantes cortinas de terciopelo rojo escarlata, estaba el fotógrafo oficial de la Presidencia, el maestro Héctor Herrera, preparado con una gran iluminación para fotografiar al Presidente con sus gabinetes oficial y técnico. Entonces el maestro Herrera me permitió aprovechar su escenario y yo también tuve la oportunidad de fotografiarlo con sus gabinetes. Durante la ceremonia de Salutación eventualmente el Presidente se metía tras las cortinas para descansar un poco, pues estaba ya muy adolorido de la mano derecha, se sobaba la mano y me comentó: “Paulina no tiene una idea del dolor que siento en mi mano con tantos apretones, pero ni modo, hay que seguir”. Así, adolorido, se sentó en medio de su gabinete para las fotografías sonriendo y disimulando su dolor y así siguió saliendo a saludar y saludar y saludar... Yo habré tomado cerca de 400 fotografías de tan singular ceremonia. Me permito esta vez publicar una de ellas para acompañar mi texto ... (Continuará).
Colosio durante la ceremonia de Salutación,
1 de diciembre de 1993. CORTESÍA PAULINA LAVISTA