A raíz de la invitación que el sábado pasado me hizo la Fonoteca Nacional para asistir a Los Pinos a una conferencia sobre el rescate sonoro que heróicamente han hecho en la Fonoteca Nacional de las grabaciones originales de la música para el cine mexicano, en la que además de que hablarían de la obra musical para cine que compuso mi padre, Raúl Lavista, se podrían oír fragmentos de dicha música, decidí entusiasmada ir y llegar temprano. Como ahora no hay estacionamiento para los que visitan Los Pinos, tomé un radio-taxi. Durante el trayecto, impedida por el chofer y la normas actuales de fumarme un cigarrillo, empecé a recordar las veces que, años atrás, había yo visitado Los Pinos en su calidad de la residencia sexenal del Presidente en turno de la República Mexicana; fui tres veces antes de la cuarta vez a la que me aproximaba por la avenida Patriotismo, inmersa en un tráfico lento debido a la ciclopista dominguera que reduce a un carril la avenida de seis. Todas mis visitas las considero memorables…
Mi primera visita a Los Pinos fue en la entrega de los Premios Ariel durante el sexenio de Luis Echeverría. Mi padre estaba nominado y lo acompañamos mi hermana, Helen, y yo. Fue memorable porque me imaginé que quedaría yo sentada lejos del escenario y al escoger el lente de mi cámara me equivoqué radicalmente, pues decidí llevar un telefoto potente para poder capturar una buena imagen de mi padre, en caso de que ganara el Premio Ariel a la mejor música, obviamente. Pero imaginé mal, no había ningún escenario. La ceremonia era en los amplios y verdes jardines de la residencia presidencial, los invitados se sentaban en mesas con sombrillas. En la mesa de honor, montada en un templete, estaban Dolores del Río, el presidente Echeverría y demás funcionarios. Resultó que a los nominados y sus acompañantes nos sentaron muy cerca de la mesa de honor; y ¡sí!, mi padre ganó. Emocionada tomé una foto en acercamiento, obligada por el telefoto, desafocada, pésima, del momento en que le entregan la estatuilla a mi padre, misma que me permito publicar, en esta ocasión, con vergüenza.
Mi segunda vez fui invitada como esposa de Salvador Elizondo a una ceremonia privada en Los Pinos, en la que el Presidente en turno, Carlos Salinas de Gortari, le entregó al escritor y filósofo Alejandro Rossi la nacionalidad mexicana. Los invitados eran los intelectuales más sobresalientes y sus mujeres; el principal, Octavio Paz. Éramos cerca de 30 personas reunidas en un pequeño y acogedor saloncito, decorado con finas maderas y muebles de piel. Después de unas breves palabras del Presidente, todos de pie, escuchamos y aplaudimos lo que dijo. Se ofreció a continuación un brindis discreto y elegante. Estábamos platicando, copa en mano, todos de pie, diferentes grupos de invitados. En un momento dado, un grupo formado por tres mujeres y yo estábamos en amena plática con el presidente Salinas y Octavio Paz. Muy entretenidas y atentas escuchábamos la conversación entre ellos, cuando de pronto sucedió algo terrible:
A don Octavio Paz, de pronto, se le bajaron los pantalones hasta las rodillas. Ante el asombro, de inmediato el Presidente, el grupo de mujeres y yo rodeamos a Octavio para que nadie notara lo que estaba pasando, sin embargo don Octavio elegantemente y de inmediato se subió los pantalones exclamando: “Qué barbaridad, olvidé ponerme el cinturón esta mañana”. Marie Jo, la esposa de Paz, salió a su rescate y de inmediato el Estado Mayor solucionó el asunto y el tempranero brindis siguió hasta la una de la tarde, hora en que nos retiramos. Continuará .
En la foto: Raúl Lavista recibe el Premio Ariel 1976 a la Mejor Música por la película Más negro que la noche (Primera versión) en Los Pinos. Lo felicita Dolores Río. CORTESÍA PAULINA LAVISTA