Mi compromiso con la UNAM comenzó antes de mi llegada a este mundo y lo heredé de forma natural a través de mis progenitores, Artemisa Pedroza y Eli de Gortari, quienes no sólo me dieron la vida, sino un bagaje de cultura, principios y virtudes que llevo tatuados en lo más profundo de mi ser. Aprendí a amar y a respetar a la Máxima Casa de Estudios antes de comenzar a hablar. No tenía ni seis meses de edad cuando me sentaba a “trabajar” con mi padre en su maravillosa biblioteca rodeada de música y café. Pláticas interminables sobre la vida con mi madre desde que tengo recuerdo. Siempre absorbiendo el rigor y la pasión en torno a la ciencia, las humanidades, la justicia social, entre muchos, muchísimos ideales y conceptos que se permearon en mí a través de los años. No se digan las visitas y charlas con grandes escritores, profesores, científicos y amigos que llegaban a casa y que, sin duda, forman parte de mi esencia. Aunque muchos de ellos se han graduado de esta vida, mi padre incluído, su legado sigue vivo y muy presente.

Años después, finalmente ingresé de manera formal a esta gran comunidad en las aulas de la Facultad de Ingeniería en CU. Tengo tantos recuerdos imborrables de mi adorada Facultad. Tardes y noches interminables de trabajo, tareas, entregas y mucho empeño y dedicación. Cómo recuerdo cuánto nos gustaba visitar la Biblioteca Central con su majestuosidad y belleza. El traslado a pie para visitarla y sacar algunos libros significaba un rato de descanso al tiempo de conversar y disfrutar una rica torta. Mis días comenzaban con clases a las 7 a.m. y terminaban después de las 10 p.m. en el edificio principal, eso sí con algunos de nuestros salones “con vista al mar” (por tener la alberca olímpica enfrente). Profesores y compañeros que marcaron mi rumbo. Mi reconocimiento total a todos ellos.

Salir becada a Estados Unidos con el apoyo de Fundación UNAM durante mis últimos semestres, sin duda me generó una transformación positiva y permanente. Fue la mejor escuela de vida que pude tener. Puse a prueba mis diferentes capacidades y desarrollé otras nuevas. Valoré y aprecié las herramientas adquiridas en la UNAM y todo lo vivido y aprendido en casa. Ese tiempo dio forma a mi profunda empatía con aquellos que han dejado sus hogares en busca de mejores condiciones y oportunidades de trabajo. Entonces el orgullo por mi Alma Máter y por mi país creció exponencialmente. No puedo estar más que agradecida con aquellos que hicieron posible el que yo pudiera tener esta experiencia internacional, en especial Fundación UNAM.

Ahora, cada vez que tengo el honor de recibir a un grupo de estudiantes de intercambio, pongo mi mejor esfuerzo para ofrecerles una experiencia memorable que, junto con la parte académica, resulte una fuente de cultura, aprendizaje y cambio favorable en su quehacer. La educación y los valores fundamentales de un ser humano como la ética, la empatía y el respeto son sin duda cuestiones que nunca faltan en mis mensajes para estas mentes jóvenes llenas de vida y sueños por cumplir.

Hoy mi gratitud se transforma en trabajo permanente para que el quehacer de la UNAM siga cruzando fronteras e impactando sustantivamente a nuestro mundo. Así como tantas personas y mentes han sido maestros y compañeros de ruta a lo largo de mi vida, es ahora mi turno. Mi total compromiso con la UNAM. Porque soy orgullosamente UNAM, “La Universidad de la Nación”.

Directora UNAM SAN ANTONIO

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