En los meses recientes, el fenómeno de la migración ha cambiado y se ha intensificado. Las afectaciones económicas generadas por la pandemia obligaron a muchas más personas a desplazarse. Buena parte de la atención la han tenido las caravanas de centroamericanos que empezaron a ser frenadas desde la frontera sur. Están también los haitianos que, ante la terrible crisis económica, social y política de su país, buscan desesperadamente oportunidades de empleo en Estados Unidos o en México.

Sin embargo no hay que perder de vista a los migrantes mexicanos. Este país sigue expulsando a miles de personas por razones económicas y, cada vez más, obliga a muchos a emigrar por la terrible violencia que azota a algunas regiones. Basta recorrer los albergues a lo largo de la frontera para encontrar a personas de Guerrero, Michoacán y otros estados que han tenido que huir por las amenazas de los criminales.

Hay familias enteras, pero hay también muchas mujeres que viajan solas con sus hijos. Hablé con algunas que se han instalado en un improvisado campamento en Tijuana. Me compartieron sus historias en medio de una gran tristeza, aunque aliviadas porque ya no están en ese riesgo permanente en el que vivían. Paradójicamente, aunque duermen en carpas sin acceso siquiera a servicios básicos, agradecen la tranquilidad de su nueva situación.

El campamento se instaló hace unos meses junto al punto fronterizo de El Chaparral. La idea de los centroamericanos que lo iniciaron era presionar a las autoridades migratorias a atender sus casos con más celeridad. Pensaron que quedándose día y noche junto a la oficina donde se define su futuro, tendrían una respuesta más veloz. Con el paso de los días el plantón se transformó en una especie de albergue improvisado en el que son cada vez menos los que llegan desde Centroamérica y más los que vienen de poblaciones devastadas por la violencia en México.

Muchas de las mujeres que sobreviven ahí huyeron de la doble violencia: el esposo golpeador dentro de casa y las bandas criminales fuera. Las que tienen hijos adolescentes, se fueron para evitar que ellos fueran reclutados por el crimen organizado. Están las viudas que perdieron a su pareja en alguno de los ya cotidianos enfrentamientos a balazos. Todas han visto la muerte de cerca. Todas han perdido amigos y familiares por la violencia. Todas huyeron para salvar a sus hijos de ese horror. En sus lugares de origen no pudieron acudir al gobierno para buscar ayuda porque el control de facto la ejercen los criminales. Lo dejaron todo ahí y tienen que empezar de nuevo. No existen condiciones para que salgan solas adelante. Son madres que necesitan ayuda urgente. Las autoridades mexicanas no pueden seguirlas ignorando.

@PaolaRojas