A los muchos retos que tiene la Ciudad de México, se suma ahora el de atender las consecuencias de los llamados microsismos. Estos movimientos telúricos de baja intensidad con epicentro en el propio Valle de México, se han presentado con una periodicidad inusual en los meses recientes. Expertos de la UNAM destacaron que “del 3 de diciembre de 2023 al 10 de enero de 2024 se presentaron 23 con magnitudes que van de 1.1 a 3.2, en las alcaldías Magdalena Contreras y Álvaro Obregón”.
Si bien este tipo de sismos no son un fenómeno nuevo, los más recientes sí causaron daños. Eso generó una observación más detallada que llevó al descubrimiento de una grieta que cruza la zona de Mixcoac con una longitud mayor a un kilometro. Los investigadores del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México han destacado la importancia de este estudio porque no se ha incluido en el atlas de riesgo de la ciudad ni se ha determinado el impacto que puede tener en las construcciones de la zona.
El doctor en Ingeniería Civil, Leonardo Ramírez Guzmán, explicó que “la reactivación de esta falla, a la que hemos propuesto llamar Plateros-Mixcoac, se debe a la acumulación de tensión en la región, y posiblemente también al hundimiento del Valle de México, así como a la recarga del acuífero en la Sierra de las Cruces, que alimenta la zona metropolitana”. Este último punto es esencial, porque implica que la acción humana sí puede ser uno de los factores detrás de estos sismos.
La Sierra de las Cruces, al igual que buena parte de los cerros que rodean al Valle de México, han perdido sus áreas verdes por las construcciones y asentamientos irregulares. Esto ha reducido la recarga del acuífero y ha cambiado la naturaleza del suelo que sostiene a esta inmensa ciudad.
Ya desde hace casi cinco años lo advertía el doctor en urbanismo, Gustavo Madrid. En octubre de 2018 me habló en entrevista del riesgo que representaba la disminución del manto acuífero. Explicaba que los huecos que dejan de llenarse de agua se pueden traducir en hundimientos, grietas y otras afectaciones. Cuando esto ocurre en una zona sísmica, la preocupación es mayor.
El panorama que me describía hace un lustro se ha vuelto más complejo y urgente: tenemos menos agua y más sismos. Esto no necesariamente es una casualidad. Lo primero podría, al menos parcialmente, ser detonador de lo segundo. El diagnóstico no es nuevo. Las recomendaciones para atenderlo tampoco. Sin embargo, los intereses económicos y políticos han pesado más que las conclusiones de los expertos. Algunos de los daños ya son irreversibles, pero otros aún pueden prevenirse. Hoy, mientras la ciudad se hunde y se sacude, pagamos los pecados del pasado sin evitar una devastación mayor en el futuro.