La semana pasada, en el marco del Día de la Visibilidad Trans, hubo un festival para exigir respeto a quienes integran esta comunidad. La principal demanda fue que haya seguridad. Y es que, si bien en México hay un contexto brutal de violencia que nos afecta a todos, los ataques a las personas trans superan porcentualmente a los de cualquier otro grupo. Las cifras son poco claras porque las autoridades no han sido eficientes en la identificación de los crímenes en contra de esta minoría. No es sencillo hablar de transfeminicidios cuando 17 de los 32 estados del país no tienen siquiera registros de crímenes de odio con una perspectiva de género.

Las personas trans son aquellas que no se sienten identificadas con el sexo biológico con el que nacieron. Hay un gran desconocimiento en torno al tema. La ignorancia suele generar rechazo. Es por ello que buena parte de quienes integran esta comunidad viven en un doloroso círculo de discriminación y violencia. La transfobia se traduce en exclusión que se padece en todos los niveles: hogares, escuelas, espacios laborales… Por eso la Coalición Mexicana LGBTTTI+ presentó una iniciativa ciudadana que busca combatir las tasas de desempleo entre personas trans y no binarias en México.

Pero la transfobia va mucho más allá de la discriminación laboral. Hay agresiones a muchos niveles. En algunos casos se llega a la expresión máxima de la violencia que es el asesinato.

Sé que el solo hecho de tocar el tema es, para muchos, retador. Hay prejuicios, hay dudas, hay ignorancia y hay mucho temor. El resultado es un rechazo que en algunos llega incluso al odio.

Uno de los antídotos tiene que ser el diálogo. Escuchar atentamente y con respeto a quien piensa y vive distinto es un primer paso hacia la comprensión y a la verdadera inclusión. Descalificar de antemano solo profundiza las diferencias y acentúa la distancia.

Por eso lamento que en el Congreso de la Unión existan manifestaciones agresivas que generan aún más odio. Los legisladores deberían tomar en cuenta la enorme responsabilidad que implica ser representantes populares. Discutir es necesario cuando hay posturas contrastantes, pero debe hacerse en un marco de respeto. Si la tribuna parlamentaria se convierte en escenario de ataques verbales, ¿qué podemos esperar que ocurra en otros lugares?

Hay que entender de una vez por todas que la violencia escala; que lo que empieza como violencia verbal puede luego convertirse en violencia física. Hay que hacernos responsables de lo que decimos y de las agresiones que normalizamos o secundamos. En un país en el que poco se combate la transfobia y en el que hay tantos crímenes de odio por razones de género, no se puede pasar por alto ninguna agresión. Mucho menos si quien la lanza es un legislador.

@PaolaRojas

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