“O nos refundamos o nos refundimos”, decía la exgobernadora priista de Yucatán, Ivonne Ortega, cuando compitió para dirigir a su partido en 2019. Evidentemente, optaron por refundirse.
Desde que Alejandro Moreno se convirtió en dirigente del PRI en agosto de ese año empezó la polémica; hubo acusaciones de compra de votos y cuestionamientos de parte de sus rivales.
Era un momento difícil para el Revolucionario Institucional. Venía de perder la Presidencia y la mayoría en el Congreso. Además, muchos de sus gobernadores jóvenes que habían llegado al cargo en la ola peñanietista, estaban en medio de escándalos de corrupción.
La cosa andaba mal y se pondría peor. Con Alito Moreno al frente, no hubo en la elección de 2021 candidaturas para nadie que se hubiera atrevido a discrepar con él. Sin disidentes y con el control de los órganos internos, se adueñó de un partido en crisis y lo hundió todavía más.
Para la candidatura de Xóchitl Gálvez fue un lastre y él lo sabía. Tan es así, que puso su renuncia sobre la mesa, a cambio de la declinación del candidato de Movimiento Ciudadano. Se atrevió a plantearlo porque sabía que Máynez no se iba a bajar de la contienda y que todo quedaría en una simple anécdota. Contaba con la necedad de Dante Delgado para garantizar su permanencia.
Ya desde hace dos años muchas figuras destacadas de su partido le pidieron hacerse a un lado. No ocurrió entonces, ni ocurrirá ahora. A pesar de los malos resultados que obtuvo el 2 de junio, él se aferra a la dirigencia. Para ello diseñó las reformas que le permitirán quedarse ahí hasta 2032.
El PRI, que nació para erradicar la reelección, reelige ahora a su presidente para dos mandatos más. Hasta que la muerte los separe. Primero mata al partido, antes que dejar de encabezarlo.
No es poca cosa vivir en un país con una oposición tan dividida y debilitada, por un lado, y tan putrefacta por el otro. Estamos escasos de contrapesos y los pocos que hay los lideran los necios.
No tendría por qué extrañarnos, si en democracias como la estadounidense tienen también a sus obstinados, aferrados al poder sin importarles las consecuencias. Prefieren que se hunda el barco, antes que ceder el timón. Para hacerse a un lado se necesita grandeza, inteligencia, integridad, altura de miras, conciencia y toda una serie de virtudes que les son ajenas. Y mientras tanto, los destinos de millones siguen estando en manos de la suprema necedad.