Así finaliza el mensaje que Malena Ríos compartió en Twitter. La saxofonista oaxaqueña que fue víctima de un ataque con ácido sigue sin tener pleno acceso a la justicia. Pasaron ya dos años de la agresión y uno de los responsables aún está prófugo. Pero eso no es todo. A Malena la siguen acosando y amenazando. Asegura ser víctima de violencia digital.
Desesperada me dijo en entrevista que la familia de sus agresores ha hecho campañas de odio en su contra; que son poderosos y están aliados con organizaciones violentas. Aun cuando los ha denunciado, no ha recibido protección por parte de la autoridad. Se queja de la falta de respuesta en la Fiscalía de Oaxaca. En el Tribunal de su estado sí confiaba, pero eso cambió. Ella se queja de la actuación del juez y cuestiona la relación de este con los abogados de quienes la atacaron: “El juez Víctor Jorge Luis Velasco Castellanos me revictimiza. Me niega todo lo que le solicito. Este juez da seminarios con la defensa de mis agresores y el tribunal lo protege.”
El caso de Malena Ríos ha alcanzado una gran notoriedad, pero no es el único. Este tipo de agresiones están aumentando en México. La mayoría se dan en contra de jóvenes que tienen entre 20 y 30 años. En el 60 por ciento de los casos había existido una relación sentimental con el victimario. Activistas y organizaciones que defienden a las mujeres han buscado que se tipifique como un delito que amerite penas ejemplares, que se homologue en el país y que se otorgue por ley atención médica y psicológica a las víctimas.
Lamentablemente, muchos de estos esfuerzos han sido infructuosos. Las mujeres agredidas quedan afectadas en su salud, con marcas y dolor en buena parte del cuerpo. Además, ante la indignante impunidad que favorece a sus agresores, suelen vivir permanentemente amenazadas por ellos.
“La piel me sigue doliendo, me sigue molestando, me sigue irritando, no estoy cómoda. Es como tener una memoria, pero te incorporas a un cuerpo que no era tuyo. Tengo ánimo de seguir adelante reconstruyendo y recogiendo cada pedazo que quedó de mí. No queda de otra. Es complicado lidiar con la recuperación, no solamente física, también emocional. Todo mi cuerpo es una cicatriz. Yo soy una cicatriz.”
Esto me dijo Malena en una de las muchas conversaciones que hemos tenido. Sus palabras apenas alcanzan para dimensionar lo que tiene que soportar cada día. Cuesta creer que ante algo así, no tenga aún el respaldo y la protección adecuados. Tristemente es muestra de lo que ocurre con casi todas las mujeres víctimas de violencia en México. Aumentan los feminicidios y las agresiones, pero no las detenciones ni las sentencias en contra de los responsables. Esa es la realidad.